Historias de España - ¡Viva la Pepa! (1812) (I)

16.12.2018 19:42

Que la realidad supera la ficción es un lugar común que, de tan común, se convierte en axioma. Y a todos aquellos que redactamos artículos intentando que tengan una conexión con la actualidad, no sólo como enganche, sino como elemento que otorga un marchamo de contemporaneidad necesario para interpretar correctamente el contenido del mismo, nos explota la realidad en la puta cara. Tú puedes tener una idea, madurarla y plasmarla en un guión, con ciertos elementos programados, pero cualquier ficción futura que pudieras prever como modulador final del artículo siempre es superada por una realidad imperiosa. Tú puedes prever que el día en que la Constitución cumpla 40 años habrá lo habitual: exabruptos, quemas de copias de la Carta Magna, gentes con encefalograma plano que la critica o la ensalza sin haber leído ni una palabra de la misma o incluso manifestaciones públicas en ambas direcciones. Ha pasado. Puedes prever, a nivel de ficción, o de previsión, que este año podría haber más movida de la habitual o incluso que ocurriría algún incidente o escenificación que dé una vuelta de tuerca al maniqueísmo constitucionalista tan propio de este pueblo cainita y traicionero. Lo que yo, y parece que nadie, preveía, es que VOX sacara 12 escaños en Andalucía un día antes de que la Constitución cumpliera la redonda cifra de cuatro décadas. Qué cabrona es la realidad. Y a pesar de que ha transcurrido más de una semana, nadie sale de su asombro; todo lo contrario, aprovechan el Pisuerga, que, al parecer, dicen, pasa por Valladolid, para dar más caña al molino.

En fin, sé que puede parecer que incumplo mi promesa de no hablar de política en este blog, pero en el fondo, no estoy hablando de política. Bueno, sí, hablo y he hablado de política, pero no de políticas o posiciones concretas, ni ejerciendo de analista de la actualidad contingente; sino que en este tipo de artículos he tratado de ver los toros no ya desde la barrera, sino desde la calle contigua al ruedo –ruego perdonen la referencia taurina- a fin de buscar grandes trazos, tendencias o referencias metapolíticas. Vamos, que es más sociología que política. No me pienso posicionar, a pesar de que la equidistancia siempre se observa con recelo, pues se acostumbra a colocar, por parte del fanático de turno, en el bando contrario. Flechas por ambos bandos. Nada nuevo bajo el sol para este este humilde narrador.

El caso es que el partido político VOX ha entrado en el Parlamento andaluz nada menos que con 12 escaños. Sin entrar a valorar ni sus concretas propuestas políticas ni su posicionamiento en el espectro ideológico, en cuyo detalle hay profusión de opiniones, sorprende al respetable la contundencia de su irrupción. Y no es para menos. La pregunta que más deberíamos hacernos, con independencia de que rechacemos o apoyemos a este partido, es el por qué. La respuesta, a mi entender, es evidente, vista desde cierta perspectiva. La tercera Ley de Newton: toda acción tiene una reacción inversamente proporcional a su fuerza y movimiento.

 

¿NEWTON Y POLÍTICA?

 

Pues sí, Newton y política. Veréis. La acción se inició, como ocurre con una masa en estado de reposo uniforme, mediante la aplicación de una fuerza externa que varió la uniformidad del estado de la misma: pasó de esta en reposo a estar en movimiento. Primera Ley de Newton. La crisis económica de 2009 (fuerza) provocó que la sociedad (masa) se moviera. La gravedad de la situación provocó un movimiento acelerado proporcional a las consecuencias económicas de esta crisis, que todavía sufrimos, por otro lado. Segunda Ley de Newton. Y esta situación (acción) provocó el surgimiento de ciertos elementos políticos que aprovecharon esta fuerza motriz para generar una fuerza inversamente proporcional (reacción). Tercera Ley de Newton. La reacción social fue el 15M, movimiento que protestaba contra el Gobierno del Estado, que no había sabido, o podido, frenar la fuerza de la crisis. Tampoco es que se pudiera haber hecho ningún milagro, desde luego, pero la respuesta del Gobierno fue titubeante, demagógica y, sobre todo tramposa: no dijeron la verdad. La reacción nacional fue el resurgimiento del independentismo catalán, que hasta tanto había estado latente, esperando un buen momento para explotar. Por supuesto, el movimiento estaba presente, pero todo el rollo del Estatuto de Autonomía y demás no habría quedado más que en una anécdota si la economía hubiera acompañado. Y se lo pusieron en bandeja.

Y aquí es cuando las Leyes de Newton dejan de tener validez, porque ni la sociedad es una masa uniforme, ni las fuerzas tienen siempre la misma intensidad. La reacción política que indicamos en el párrafo precedente creció con independencia y por encima de la fuerza iniciar derivada de la crisis. Han dejado de ser una reacción para ser una nueva acción. Del 15M surgió Podemos, que comenzó a ganar poder, entró en Parlamentos autonómicos, en alcaldías tan importantes como Madrid, Barcelona y la propia Cádiz –cuya importancia veremos posteriormente-, así como en el propio Parlamento nacional. De hecho, han acabado hasta derrumbando al Gobierno del PP de Mariano Rajoy (que ha sido Presidente del Gobierno de España de 2011 a mediados de 2018). El independentismo catalán ha aglutinado personas sin importar clase social o ideología económica y ha sido capaz de montar dos referéndums, sin que importe realmente su validez jurídica, varias manifestaciones multitudinarias y hasta un intento de secesión. También han conseguido derrumbar a Mariano Rajoy. Menuda acción, diréis. Ríete tú de la crisis.

Estos movimientos, claramente reaccionarios, en lugar de buscar el equilibrio quebrado por la crisis, han implementado, en mayor o menor grado, sus propias medidas ideológicas. En cierto modo, se ha aplicado cierta radicalidad que no siempre ha tenido una buena acogida. Para que nos entendamos, han cometido el mismo error que la II República Española en 1931: pretender cambiar por completo una sociedad en pocos años de un modo bastante torpe, olvidando y subestimando a una parte muy importante del país.

Y aquí regresa nuestro amigo Isaac para recordarnos, de nuevo, su tercera Ley. Esta nueva acción, que fue reacción en su momento, está teniendo su propia reacción. Frente al comunismo, reacciona el capitalismo. Frente a la separación de España, reaccionan los que creen en su unidad. Frente a las medidas morales radicales, reaccionan los conservadores. Así que VOX, si bien nadie podría esperar su alcance, era una reacción lógica, prácticamente científica. Y la cosa no va a ir a menos, sino a más, siendo Andalucía la punta de lanza de esta reacción. De nuevo, la II República Española y el surgimiento de la CEDA impulsada por el partido radical Acción Popular en 1933. Si es que no aprendemos, joder. Ni unos, ni otros. Hasta tenemos a nuestro Lerroux moderno (pongan aquí a su candidato).

Así veo yo la actualidad. Vamos, que no augura nada bueno, y mucho menos teniendo en cuenta que, si establecemos similitudes con la II República española, las siguientes reacciones acabaron con 300.000 muertos, miles de exiliados y 40 años de dictadura. Y en lugar de sentarnos a buscar consensos, continuamos estirando la cuerda entre las dos Españas, a ver si se rompe de nuevo. Me da lástima, pero tenemos lo que nos merecemos.

Pero regresemos a Andalucía. Y es que ella quería hablaros realmente. De que pese a que, en democracia, haya sido abandonada al clientelismo, al funcionariado y a la nulidad económica; pese a que, durante el franquismo, fuera saqueada y ninguneada; pese a que, durante la II República, fuera puesta literalmente patas arriba; pese a que, desde finales del siglo XIX, se convirtió en una región residual de la ya residual España, tuvo una importancia capital en el constitucionalismo español. Fue la primera. Como lo ha sido ahora con su reacción. Y si bien no voy a valorar, ni para bien ni para mal, la reacción actual, pues me he limitado sencillamente a analizar su origen sociológico de una manera gruesa, pero a mi entender efectiva, sí que vamos a entrar a valorar y a conocer el surgimiento de la primera Constitución española, ahora que la actual ha cumplido nada menos que 40 años.

EL CONSTITUCIONALISMO ESPAÑOL

Mucho ha llovido en el periodo constitucional español comprendido entre los 1812 y el actual año 2018. Hay Borbones desde entonces, me diréis. Y estáis en lo cierto. De hecho, si conocierais la historia del abyecto Fernando VII, del que hablaremos posteriormente, hasta tendríais en gracia a Felipe VI, creedme; e incluso se pone en duda que compartan misma sangre; pero en todo caso, eso es materia de otro artículo. El caso es que, en ese periodo de más de 200 años, hemos tenido 7 constituciones diferentes (considerando el Estatuto de Bayona una imposición francesa). Su duración ha sido muy dispar, por razones de la tormentosa historia de España durante los siglos XIX y XX, con alzamientos, repúblicas fallidas y dictaduras militares:

En cuanto a su contenido, nos encontramos con la Constitución más progresista de su tiempo, no sólo de España, sino de toda Europa, que fue la de 1812; y con varias constituciones que se iban alterando entre conservadoras y progresistas hasta llegar a la actual, que jurídicamente es la más neutra que hasta la fecha se ha promulgado en España, pese a todo lo que se opina sobre ella. Desde un régimen monárquico limitado hasta la monarquía parlamentaria actual, pasando por dos constituciones republicanas, se fueron consagrando, jurídicamente, las actuales instituciones, los actuales derechos fundamentales y la soberanía nacional, que fueron reconstituidas definitivamente, o eso espero, tras la dictadura militar del General Franco.

¿Elementos de conflicto? Siempre han sido los mismos: La confesionalidad del estado, el poder del Parlamento frente al Rey, el establecimiento de un régimen unitario o federal y el resguardo de determinadas fuerzas vivas sociales. Las dos Españas de siempre, sí. Sobre el surgimiento de esta diatriba maniquea española y su manutención en el tiempo tendría mucho que decir, pero tampoco es materia de este artículo. El hecho cierto es que los elementos de conflicto siempre han sido, y siguen siendo, los mismos. De hecho, imaginad cómo reaccionarían Podemos y los independentistas catalanes frente a una constitución conservadora como la de 1876, con un estado confesional, sin sufragio femenino y con fuerte potestad regia. Y ahora, imaginad cómo reaccionaría VOX con la constitución progresista de 1931, aconfesional, que se consolidaba como una república de trabajadores y que tenía trazos federales. Ay, la historia.

Al final, el problema siempre ha sido el mismo: se legislaba a favor de una parte de la sociedad y la reacción de la otra parte siempre llegaba, tarde o temprano, con la promulgación de otra constitución mediante un golpe de estado civil, mediante un acto democrático o directamente con un alzamiento militar. En 1978 se intentó hacer algo diferente. ¿Salió bien o salió mal? Ésa es la cuestión, me diréis. Pero el hecho cierto es que se trató de huír del odio que impregna las dos Españas que tan bien representó Goya en este cuadro:

Mi opinión es que se hizo meridianamente bien, teniendo en cuenta el ruido de sables, el comunismo, el miedo de la sociedad e incluso los estertores del antiguo régimen dictatorial. Pero no se remató la faena. La Constitución que ahora cumple 40 años fundó unas bases neutras, moderadas, que permitían crecer a este país cainita sin que nos matáramos entre nosotros; pero es incompleta. Tiene fallos. Y no hablo de cuestiones puramente jurídicas, que las hay, como el nulo papel del Senado como Cámara territorial o la configuración del estado autonómico. Hablo de algo más. De una necesaria vuelta de tuerca. De apuntalar el edificio que había comenzado a construirse sobre cimientos sólidos, pero que corre el riesgo de derrumbarse. De rematar el consenso.

Hoy en día, a decir verdad, me muestro muy poco optimista al respecto. Estamos más cerca de una nueva guerra civil, como ya he señalado, de un nuevo alzamiento militar o de un golpe de estado, que de construir el segundo piso sobre el principal que se construyó con la Constitución de 1978. Y esta vez la culpa no la tendrá el papel. Os lo dice un jurista.

 

¡VIVA LA PEPA!

Antecedentes históricos

 

Pero volvamos de nuevo a Andalucía. Volvamos, porque creo que la introducción se me ha ido un poco de las manos. Pero es que, joder, el contexto es importante. Saber qué ha pasado con el constitucionalismo español. Saber cómo estamos ahora, qué ha pasado recientemente. Fijarnos en Andalucía. Buscar claves. Y todo ello para que podamos entender la importancia que tuvo esa hermosa ciudad atlántica, la ciudad más antigua de Europa occidental, con más de 3.100 años de historia; la antiquísima Gadir fenicia, la posterior Gades romana. La actual Cádiz.

Yo tengo sangre jienense y sevillana, pese a que mi madre nació en Córdoba, por lo que mi vínculo con la vieja Andalucía va más allá de una cuestión nacional, patriótica o cultural; pero políticamente, siempre lo he dicho, soy heredero de Cádiz. Heredero del liberalismo político, al cabo; término actualmente muy denostado, pues de manera que no acabo de comprender se ha vinculado al capitalismo salvaje cuando, en realidad, se basa en la libertad individual como máximo exponente. Y esa libertad se puede ejercer en muy diversos sistemas políticos y económicos; siendo uno de ellos el liberalismo económico, pero no el único. Pero bueno, no pienso disertar sobre el disparate que representa vincular el liberalismo a la derecha económica y social. El caso es que dicho término se acuñó no sólo en España, sino en el resto de mundo, gracias a los inicios del constitucionalismo español. Aquellos valientes, que en pleno asedio francés trataban de construir una España nueva, fueron los verdaderos liberales, los verdaderos revolucionarios que trataron de romper las cadenas, que trataron de crear un estado de libertades, igualdad de derechos y modernidad a principios de aquel convulso siglo XIX. Aquellos que recogieron el guante de Voltaire tras la fallida –sí, fallida- Revolución Francesa.

Chas. O plas. O pum. No sé muy bien cómo suena y qué onomatopeya es la más adecuada. Nunca he visto una decapitación y mucho menos he escuchado cómo sonaba una guillotina. Pero ese ruido, sea el que sea, marcó el inicio de una nueva era en Occidente. Luís XVI de Francia perdió la cabeza el mismo día que, a mi parecer, y sin denostar la toma de la Bastilla, dio inicio la Edad Contemporánea, en la actualmente nos encontramos -aunque se debate si, desde la caída del Muro de Berlín, se ha entrado en otra era-. No ahondaré al respecto, pues hay muchos libros, novelas, películas, documentales y tratados que tratarán la Revolución francesa mucho mejor que yo, pero el inicial conflicto civil se convirtió en terror con Robespierre y en el surgimiento de un débil estado francés que no fue capaz de frenar el infinito empuje y la superlativa ambición de un nacionalista corso que acabó coronado como emperador de Francia: Napoleón Bonaparte.

En cierto modo, las ideas de la Ilustración francesa corrieron por toda Europa gracias a sus conquistas, pero Francia no fue Roma, pese a que fuera el objetivo del Napoleón (y fue posteriormente el de Hitler). En lugar de aplicar un sistema de invasión militar que impregnaba el territorio de ideas nuevas, frescas, que los lugareños abrazaban con menor o mayor agrado porque le otorgaba un sistema civilizatorio superior al propio, los franceses asolaban todo a su paso y luego construían de nuevo en base a sus propios intereses. La invasión militar antecedía saqueos, imposiciones, dádivas más o menos legítimas a amigos, familiares o personajes afines y el establecimiento de un régimen completamente disruptivo que, si no se explicaba, generaba rechazo. Y es que, a ver, no me malinterpretéis, yo prefiero cien mil veces a José Bonaparte –Pepe Botella, para sus enemigos- y la carta otorgada de 1808 que al orondo hijo de puta de Carlos IV y al rey más nefasto que ha visto esta perra tierra, su hijo Fernando VII, con su absolutismo de tercera regional y su traición a España. A mí el disparate del ¡vivan las cadenas! me repugna tanto como al que más. Pero si la invasión francesa de España hubiera estado inspirada por las ideas y no por la geopolítica pura de Francia; si José Bonaparte hubiera sabido incluir a los españoles en su gobierno; si no hubiera habido 2 de mayo de 1808; si las cosas se hubieran sabido hacer mejor, quizás hubiéramos sido la Hispania romana. Quizás hubiéramos abrazado estas ideas. Pero el fin no justifica los medios y ése fue un error que cometieron demasiados personajes ligados a la Revolución francesa, empezando por la Vendée y acabando en Waterloo.

Y entre los afrancesados españoles, que lamían la bota de Napoleón, y los absolutistas españoles, que agradaban la España de la sotana y el feudalismo más rancio, surgió un grupo de personas que querían algo más. Algo propio, moderado, moderno, que, partiendo de las ideas de la Revolución francesa, pero mezclándola con la idiosincrasia española, pretendieron dejarnos estos liberales a los tataranietos de sus tataranietos. Un país del que se podía uno sentir orgulloso. La España que pudo ser y no fue. La España de Cádiz de 1812.

Y aquí, en la Cádiz de principios del siglo XIX, nos despedimos hasta la próxima, que el artículo se me está alargando mucho más de lo que esperaba. Ya tenemos la vinculación entre el contexto actual y el contexto antiguo, tenemos fijada fecha, lugar y naturaleza de los personajes que jugar un papel en esta historia. Tenemos los ingredientes necesarios para ejecutar esta receta de la que deberíamos ser herederos. Tenemos, al cabo, los elementos de esta memoria colectiva que, al conocerla y amarla, nos permitirá entender lo que pasa. Falta el remate, que tendréis en el siguiente artículo. Remate que nos permitirá, con independencia de ideologías, respetar el constitucionalismo español. Darle cierto crédito. Y tener algo de fe, coño.

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