Historias de España: De pandemia a pandemia (1918) (IX)

26.07.2022 00:00

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Al final, he caído. Demasiada bala había esquivado ya desde que la pandemia de SARS-COV-2 dio comienzo en China a finales del año 2019; en concreto, más de una docena de contactos estrechos sin haber resultado infectado, que se dice pronto y que habla muy bien de mi sistema inmune. Pero al final, la vuelta a la normalidad absoluta, el regreso a las discotecas, la eliminación prácticamente total de la mascarilla y la aparición de variantes extremadamente virulentas, pero menos graves, ha propiciado que los que habíamos evitado la enfermedad hasta ahora, nos hallamos infectado, como demuestra el test de antígenos que adjunto debajo de este párrafo. A decir verdad, mi experiencia como positivo de COVID-19 no ha pasado de varios días con mucha tos y picor en la garganta, una noche con fiebre moderada y sintomatología más parecida a un resfriado común que a otra cosa, con la diferencia de que yo no solía coger nunca este tipo de enfermedades pulmonares y ya no recordaba el malestar que generan. En definitiva, ha sido un breve suspiro frente a los vientos huracanados que en su momento hicieron parar el mundo; aunque, siendo franco, tampoco he estado todo lo tranquilo que hubiera deseado, pues el bicho sigue ahí, buscando recovecos para sobrevivir.

El caso es que, transcurrido casi año y medio desde que realicé el anterior artículo dedicado a la COVID-19, he considerado oportuno retomar esta serie de artículos por razón de haber contraído la enfermedad y con el objeto de que podamos echar la vista atrás y recordar qué ha ocurrido con la pandemia durante el año 2021 y durante lo que llevamos de 2022; a fin de atisbar, así mismo, dónde estamos y hacia dónde vamos.  Y comenzaré, como no podría ser de otra manera, con las vacunas. Asunto, éste, que no deja a nadie indiferente, tampoco a mí.

LAS VACUNAS CONTRA EL SARS-COV-2

Desde que el famoso coronavirus apareció en nuestras vidas, las farmacéuticas emprendieron una verdadera carrera armamentística para crear una vacuna que impidiera su propagación o que, al menos, limitara los efectos de la enfermedad. A finales del año 2020, comenzamos a escuchar nombres como Pfizer, Moderna, AstraZeneca, Jansen, entre otros nombres de compañías farmacéuticas, marcas comerciales, organizaciones científicas y toda una pléyade de entidades que, a codazos y a contrarreloj, intentaban ser las primeras en sacar su vacuna al mercado. Empezaron las bromas, claro: Pzifer es la compañía que inventó, por error, la famosa viagra, que trata la disfunción eréctil; y Jhonson & Jhonson, a su vez, tiene entre sus productos un aceite para bebés que algunos adultos utilizan para otros menesteres más prosaicos. Y llamar al cachopo Asturcenaca, por supuesto, que no se diga que los asturianos no tienen buen humor. Material para el cachondeo, había, desde luego.

En cualquier caso, la esperaba vacuna, en el momento que redacté el último artículo, estaba al caer: el día 10 de diciembre de 2020, se aprobó en Estados Unidos la administración general de la vacuna Comirnaty, de Pzifer-Biontech, y el 15 de diciembre del mismo año, en la Unión Europea. Dos semanas después, se vacunó contra la COVID-19 a la primera persona en España, una tal Araceli Rosario, de Guadalajara, una señora de 96 años que se hizo famosa del día a la mañana y que salió en todos los medios de comunicación. A partir de ese momento, dio comienzo la vacunación general de toda la población que, aunque lenta al principio y por orden de franjas de edad, alcanzó el 70% de la cobertura a finales de agosto de 2021; todo ello teniendo en cuenta, asimismo, que se aprobó la administración de tres vacunas adicionales a la de Pzifer-Biontech, a saber, la de Moderna, la de Astrazeneca y la de Jansen. Hoy en día, la vacunación de la pauta completa alcanza ya al 92,7% de la población mayor de 12 años, según fuentes del Ministerio de Sanidad.

Toda vez que las vacunas de Moderna y Pzifer exigían dos pinchazos, es decir, una primera dosis seguida de otra que completaba la pauta de vacunación, un servidor de ustedes no estuvo completamente vacunado hasta agosto de 2021. Experiencia, ésta, que me resultó infame, toda vez que tuve que comerme colas de más de una hora al sol, efectos secundarios indeseados y dolor de brazo. Era el precio a pagar por mitigar los efectos del coronavirus y me presté a ello sin vacilaciones, pero maldita sea, como era de prever no se hizo todo lo bien que debería. Y viajar a Málaga al día siguiente de ponerme la segunda dosis no fue una de las mejores ideas que he tenido, creedme. 

Sin embargo, estas vacunas no han estado exentas de polémica, si bien desde el oficialismo se ha caído en el habitual maniqueísmo que no permite ni la más mínima duda ni la más pequeña disconformidad. Veamos, a continuación, las luces y sombras de la vacunación:

- La vacuna no evita la infección, pero sí la gravedad: Si bien las farmacéuticas manifestaron, al principio, que su vacuna no sólo evitaba el desarrollo de una enfermedad grave, sino la propia propagación del virus, esto es, que no se produjera la infección del vacunado pese a la exposición al virus, el transcurso de la pandemia ha mostrado bien a las claras que esta segunda propiedad no se produce, pues la población se ha seguido contagiando, ya sea por las mutaciones del virus, ya sea por la ineficacia de la vacuna en esta cuestión.

En cualquier caso, hay hechos objetivos que prueban que, al menos, la vacunación sí que reduce la gravedad de la infección, aunque esta cuestión también debemos imputarla a las nuevas variantes del virus, más transmisibles, pero menos agresivas, como la variante ómicrom. A tal efecto, he preparado una tabla que establece dos periodos temporales y que fija dos parámetros comparativos: infectados y fallecidos antes de la inoculación de las vacunas al 50% de la población española e infectados y fallecidos después de la inoculación de las vacunas al 50% de la población española. Los números hablan por sí solos.

- Administración de varias dosis: Desde el principio, desde los medios de comunicación nos informaron que el tipo de vacuna que nos iban a inocular se fundamentaba, sin entrar en más detalles, en la modificación de nuestro ADN a través del ARN mensajero. La respuesta inmune de nuestro organismo, por tanto, se generaría a nivel celular y, por tanto, no era necesaria la introducción del agente patógeno moribundo en el cuerpo como ocurre con las vacunas que hasta ahora se estaban utilizando. Y hasta aquí puedo leer, pues no soy experto en la materia y no me gustaría ir más allá de lo poco que conozco... aunque me llama mucho la atención, pese a ser lego en medicina, que la respuesta inmunitaria que se reciba sea temporal. Y me llama la atención precisamente porque si se produce una modificación del ADN, cada nueva célula que se replique tiene memoria de dicha modificación, por lo que no entiendo la necesidad de írselo recordando. Comentario de cuñado, puede ser, pero algo no me cuadra.

El asunto es que la dosis completa, al principio, era la administración de dos vacunas, pero ahora se está planteando poner la cuarta dosis a toda la población tras haber puesto ya la “dosis de refuerzo”, es decir, la tercera dosis. Por tanto, la vacunación no se convierte en algo puntual, sino regular. Y se va cambiando de criterio sin dar demasiadas explicaciones. 

Esta situación, por supuesto, genera dudas y desconfianzas, pues puede parecer que las vacunas o no son útiles o no son prácticas, en el mejor de los casos; en el peor, que las farmacéuticas se están haciendo y se harán de oro mediante la vacunación de toda la población mundial varias veces al año con un virus que, por sus propias particularidades, no para de mutar. Un negocio bien lucrativo que cada vez más huele a cuerno quemado. Yo, sin ir más lejos, ni me he puesto la tercera dosis ni me pienso poner la cuarta o sucesivas, lo cual no me convierte en un antivacunas, sino en alguien que no quiere participar de este gigantesco negocio y considera que ya ha cumplido sobradamente.

- Efectos secundarios: No hay absolutamente ningún tratamiento o medicación basada en la química que no tenga efectos secundarios, es decir, interacciones indeseadas del compuesto tras su introducción en el cuerpo. La creación de una vacuna sin efectos secundarios o absolutamente segura era una utopía que mucha gente, al parecer, demandaba antes de prestarse a ser vacunado, por lo que hay mucha gente que se ha agarrado a ese clavo ardiendo para evitar la inoculación o para zambullirse en teorías conspiratorias delirantes: que si nos están introduciendo grafeno, que si nos están provocando el SIDA, que si moriremos en menos de un lustro, que si el 5G… En fin, una ristra de majaderías que, en todo caso, no deben hacernos perder de vista que, evidentemente, estas vacunas tienen efectos secundarios. Y algunos de ellos, graves, como la miocarditis y los trombos, que han causado varias muertes.

No obstante, la gran mayoría de las personas que se han vacunado no han tenido otra sintomatología que la habitual ante una respuesta del sistema inmune: fiebre, dolor muscular, cefalea, náuseas, mareos, entre otros. Yo mismo os puedo dar fe de algunos de ellos, pero vamos, todavía no he conseguido que se me quede pegada una cuchara en la zona del brazo en la que me vacunaron.

- Certificado COVID: Con independencia de las cuestiones puramente científicas y los conflictos que se puedan generar entorno a la efectividad y seguridad de las vacunas contra la COVID-19, el sector político comenzó a implementar una serie de medidas que, en el mejor de los casos, se pueden interpretar como rigurosas y, en el peor, como totalitarias: se introdujo una especie de pasaporte con código QR cuyo objetivo era poder verificar que una persona estaba vacunada. Este certificado se implementó, inicialmente, para volar entre países miembros de la Unión Europea, pero no tardó en ser necesario para entrar en restaurantes, discotecas o lugares de ocio con el objetivo de presionar a la población a que se vacunara. Evidentemente, esta medida me pareció un verdadero atentado contra la libertad individual, además de absurdo, toda vez que la vacuna no impedía la transmisión, sino la gravedad de la enfermedad, por lo que si alguien tomaba la decisión de no vacunarse al único que estaba perjudicando es a sí mismo.

Esta circunstancia produjo repugnantes discursos de algunos telepredicadores, o incluso de políticos, que literalmente pretendían señalar por la calle a los no vacunados como apestados, lo cual, además de moralmente reprobable, generó un precedente muy peligroso para cualquier medida que implemente el Gobierno: o estás conmigo o te aniquilo socialmente. Un verdadero escarnio. Afortunadamente, esta medida decayó hace varios meses y sólo queda su amargo recuerdo.

 

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