Historias de España: De pandemia a pandemia (1918) (VIII)

03.11.2020 18:15

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Miedo. Quizás más nervios que miedo, es posible, pero ambos sentimientos se entremezclaban para convertirse en, sencillamente, un nudo en el estómago. Un sencillo mensaje propició la aparición de este cóctel de sensaciones: Sergio, has tenido contacto estrecho con una persona positiva, es decir, portadora de SARS-CoV-2. De momento, esa persona es asintomática, pero hay que seguir los correspondientes protocolos. Y así lo hice: llamé a mi Centro de Atención Primaria, tomaron nota de la situación y me dijeron que me llamaría un “gestor COVID”, profesión de nuevo cuño que resulta del todo estrafalaria, pero que parecen ser la piedra angular del seguimiento del virus. Del rastreo, siguiendo su propia terminología. En poco menos de dos horas, recibo la llamada: toca hacerse el famoso test PCR. No me entusiasma la idea de que me alguien urge en mi nasofaringe, pero la prueba, en sí, no me añade nerviosismo adicional, sino que esa intranquilidad me la proporciona la remota posibilidad de que sea positivo en SARS-CoV-2. Llega el día, entro en el centro médico, buenas tardes, vengo a lo mismo que toda esta gente que está haciendo cola, entro en una sala y una doctora, simpática y empática, me dice que me baje la mascarilla y mire hacia adelante. Uno, dos, tres, cuatro y cinco. En cada fosa nasal. No duele, escuece un poco y me provoca una lágrima en mi ojo izquierdo. No es para tanto, pienso, y sólo me queda esperar. Por suerte, la espera es tan corta como un giro de nuestro planeta sobre su propio eje: Soy negativo. Se deshace el nudo.

Y es que, por mucho que yo, con mis artículos, pretenda seguramente con poco éxito que no sucumbáis al pánico, no puedo pediros, como no puedo pedírmelo a mí mismo, que no estéis nerviosos, que no tengáis miedo, que no estéis expectantes, que no os afecte esta pandemia desde una perspectiva psicológica. Mi experiencia personal, al cabo, ha sido insignificante, pues la persona positiva es totalmente asintomática -de hecho, a fecha actual, ya ha dado negativo en la consecutiva PCR que le hicieron 15 días después- y todos sus contactos estrechos hemos resultado ser negativos; pero para otras personas, en otros contextos, el asunto no se ha limitado a un simple nudo en el estómago. Por ello, quiero que quede muy claro que yo en ningún caso me identifico con aquellos que niegan la pandemia, que carecen de empatía con los fallecidos y enfermos, que justifican su irresponsabilidad constante en base a su individualidad, sino que pretendo buscar un equilibrio entre el pánico absoluto, paralizante, y el pasotismo extremo, peligroso e inconsciente.

La situación de alerta subjetiva , además, se corresponde con la alerta objetiva actual, con independencia de que la sobrexposición mediática sea asfixiante y demagoga hasta decir basta y de que las medidas políticas que están adoptando sean –pues no lo parecen, lo son- erráticas, caóticas e improvisadas, tal y como puse de manifiesto en el anterior artículo. La pandemia continúa avanzando de manera imparable, sobre todo en la vieja Europa, y las perspectivas no son nada halagüeñas.  En definitiva, el amarillismo y la incompetencia no están reñidas con una realidad bien complicada. Para muestra, los siguientes datos:

- En Catalunya, mi Comunidad Autónoma, tal y como extraigo de la página web en la que se informa a la ciudadanía de la evolución de la pandemia, se han detectado durante el mes de octubre de 2020 la cantidad de 101.225 casos nuevos, lo que implica un incremento porcentual de un 301,72 % con respecto a los casos detectados en septiembre de este año (33.549).

- En España, la situación es mucho más moderada, como puede comprobarse en la página web del Ministerio de Sanidad, pero se verifica su tendencia alcista: se han detectado durante el mes de octubre de 2020 la cantidad de 434.829 casos nuevos, lo que implica un incremento porcentual de un 54,87% con respecto a los casos detectados en septiembre de este año (298.215).

- Francia y el Reino Unido, han superado, con creces, el millón de casos, superando a los países inicialmente más afectados por la pandemia durante la primera ola, como España o Italia. En concreto, nuestro vecino, Francia, ha pasado de 616.986 casos totales detectados a fecha 1 de octubre de 2020 a 1.458.999 casos totales detectados a fecha 1 de noviembre de 2020; lo que implica que en sólo un mes se han detectado más casos que en los seis meses anteriores sumados.

Bien es cierto, como indiqué en el anterior artículo, que la tasa de mortalidad de la COVID-19 continúa bajando, acercándose más a su mortalidad real que a la mortalidad artificialmente elevada que se dilucidó al principio de la pandemia; y todo ello pese a que el Ministerio de Sanidad, por enésima vez, haya cambiado el criterio de contabilización de los fallecidos, añadiendo al recuento total los casos sospechosos de COVID-19, pero que no han sido comprobados mediante PCR o test de antígenos. De hecho, resulta especialmente llamativo que esta circunstancia se pueda comprobar en un solo mes. Veamos, por un lado, cuál era la tasa de mortalidad en fecha 1 de octubre de 2020:

 

Y comparémosla con la tasa de mortalidad en fecha 1 de noviembre de 2020:

Como veréis, en los cálculos he añadido a Catalunya, pues es la región en la que vivo y en la que más me afectan las complicaciones sociales del SARS-CoV-2; y también podréis ver que nada tienen que ver las cifras que ofrece la Generalitat sobre Catalunya con las que ofrece el Gobierno de España sobre esta misma Comunidad Autónoma. ¿A quién nos creemos? Lo dejo a vuestro criterio. 

En cualquiera de los casos, a nivel global, ha habido una reducción de la tasa de mortalidad de la COVID-19, pese al incremento exponencial de los nuevos contagios, como podemos comprobar en este gráfico combinado en el que he recopilado los datos de contagios y fallecimientos en todo el mundo por quincenas, estableciendo una tasa de mortalidad parcial para cada uno de estos periodos temporales:

Sin embargo, pese a todo lo expuesto, se está produciendo una circunstancia ajena al incremento exponencial de los contagios, a la disminución de la tasa de mortalidad, al periodismo basura que hace carnaza de los fallecidos, a los políticos que no rastrean la enfermedad para evitar su propagación sino para llevarse un buen pellizco económico; o a mis datos, objetivos, pero fríos: la saturación hospitalaria. Ése es el asunto ciertamente preocupante en la actualidad y puede poner el jaque sanitario a nuestra sociedad si no se toman medidas, pues no sólo implica a los enfermos de COVID-19, sino a cualquier persona, con independencia de su patología, que necesita asistencia médica y que ante una falta de recursos puede verse desamparada. Para hacer frente al problema, según mi humilde opinión, disponemos de dos herramientas: la disminución del contacto social, por parte de los ciudadanos, para evitar la propagación de la enfermedad; y la dotación adicional de materiales, profesionales y centros médicos, por parte de los políticos, para poder atender a los enfermos.

En fin, fijada la situación actual, expuesto el problema, planteadas algunas herramientas de resolución que parece, al menos, lógicas, lo que cabe plantearnos es cómo están respondiendo las autoridades ante la actual coyuntura. Qué medidas, en definitiva, se están tomando al respecto. Ya comprobamos los vaivenes, los disparates y la incompetencia de la que hicieron sobrada gala durante la primera ola, como expuse en los anteriores artículos, pero quizás el Gobierno, tanto estatal como regional, ha aprendido de sus errores y está actuando como se espera de él tras la experiencia acumulada… ¿o no? Veamos.

Las medidas adoptadas por los responsables políticos ante la segunda ola de SARS-CoV-2

Durante la primera quincena de octubre de 2020, la situación que se estaba produciendo en la Comunidad de Madrid que ya apunté en el anterior artículo se fue extendiendo a prácticamente todas las Comunidades Autónomas. Sirva como ejemplo de este agravamiento de la situación epidemiológica comparar la incidencia acumulada (casos por cada 100.000 habitantes) de mi Comunidad Autónoma, Cataluña: si bien el día 1 de octubre de 2020 era de 144,80, el día 15 de octubre de 2020 alcanzó la cifra de 272,26; es decir, casi el doble, siendo el incremento exponencial; pues una semana después, es decir, el día 22 de octubre de 2020, llegaba a 429,66; y dos semanas después, es decir, el día 29 de octubre de 2020, llegaba a 680,55.

Ante estas circunstancias, toda vez que el sistema sanitario empezaba a estar ciertamente tensionado, las Comunidades Autónomas, que en régimen de cogobernanza con el Estado gestionan la pandemia en la actualidad, solicitaron al Gobierno de España que se tomaran medidas. La gran pregunta era, ¿qué medidas se iban a tomar? Los medios de comunicación, estos grandes aliados del poder, fueron allanando el terreno a los responsables políticos para que nos sirvieran de cena una medida que, con independencia de si es o no adecuada, hizo que más de uno arqueáramos la ceja o, directamente, nos preguntáramos si habíamos retrocedido de siglo: el toque de queda.

Sí, lo sé, en el fondo es una medida equivalente a un confinamiento domiciliario parcial, cosa que ya hemos sufrido durante la primera ola de SARS-CoV-2, pero el término, la expresión en sí, el concepto, nos lleva necesariamente a pensar en una guerra o un conflicto militar interno; pues es en ese contexto cuando se han aplicado los toques de queda históricamente, tanto en España como en el resto del mundo. De hecho, en nuestro país, el último toque de queda que se recuerda fue el que el decretó el Teniente General Jaime Milans del Bosch durante el golpe de estado de 1981. Tanques en Valencia. Ésa es la imagen que me viene a la mente cuando hablamos de esta figura de control social.

No obstante, por un desafortunado mimetismo con otros países de Europa, el Gobierno de España llegó a la conclusión de que era la mejor medida que podía tomar para frenar la segunda ola. Y, estado de alarma mediante, en fecha 25 de octubre de 2020 aprobó la resolución legal que limitaba, de nuevo, nuestros derechos constitucionales, dejando en manos de las Comunidades Autónomas la ampliación, moderación y suspensión de estas medidas en función de sus criterios sanitarios:

- Implantación de toque de queda nocturno: Queda prohibido circular por las vías o espacios de uso público entre las 23:00 y las 6:00 horas, con excepciones.

Cierre perimetral de las Comunidades Autónomas.

- Limitación de concurrencia de más de 6 personas en espacios públicos o privados.

De nuevo en la brecha, amigos míos, otra vez”, podría deciros, recurriendo a la celebérrima cita de Shakespeare en su inmortal obra de teatro de Enrique V, pero, sinceramente, el cuerpo no me pide que cierre la cita completa, compeliéndoos a que “aprestéis los dientes, abráis las ventanas de la nariz, contengáis el aliento y concentréis el espíritu a su máxima altura”, pues empiezo a estar de esta pandemia realmente hastiado, fatigado, harto, aburrido, enfadado, nervioso, intranquilo; dicho en román paladino: estoy hasta los cojones. Y no soy el único. No obstante, asumo mi parcela de responsabilidad y acato esta norma.

Del mismo modo que acato esta norma, estoy acatando las que la Generalitat de Catalunya ha aprobado en base a la misma: se ha procedido al cierre de bares y restaurantes y, además, se ha impuesto un cierre perimetral por municipios durante el fin de semana; es decir, que no puedes salir de tu pueblo o ciudad desde las 6:00h del viernes hasta las 6:00h del lunes. Más limitaciones, más restricciones; pero oye, las asumo, por responsabilidad, pues, en efecto, como he comentado anteriormente, la reducción de la interacción social es una de las herramientas que tenemos para frenar la expansión del SARS-CoV-2.

No sólo yo, claro, sino gran parte de la ciudadanía, pese al agotamiento mental, pese a tener que vivir con miedo, restricciones y en muchos casos ruina económica, a pesar de lo que ya empiezan a llamar como fatiga pandémica, nos hemos tragado este sapo e incluso no ponemos mala cara al masticarlo. La paciencia es un bien fungible que, como el dinero de muchas cuentas bancarias, empieza a acabarse, pero nos aferramos a los últimos euros que nos quedan. Es lo que toca, ¿no?

Pues parece que no. Al menos, no para todos. Y es que se dio la fabulosa circunstancia de que, mientras los simples mortales estamos sometidos a todo lo expuesto, el diario El Español, de Pedro J. Ramírez, celebró su quinto cumpleaños el día 26 de octubre de 2020 en el Casino de Madrid con 150 invitados con cena de gala, copas y todos los lujos imaginables. A esa fiesta, que por cierto se celebró de noche, asistió lo más granado de la sociedad española, como la Presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas, el Presidente del Partido Popular, Pablo Casado, el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, la Fiscal General del Estado, Dolores Delgado, y tres ministros del actual Gobierno de España, entre los que se encontraba Salvador Illa, que asume la cartera de Sanidad. Aquí os pongo unas imágenes de este evento que, como he indicado, son absolutamente fabulosas:

Y me diréis, ¿qué tiene esto de fabuloso? La paradoja. La paradoja que se produce al comprobar que, mientras los ciudadanos estamos pagando un alto precio social sometidos a restricciones al derecho de reunión, a un toque de queda, al cierre de negocios de restauración y a la ruina económica, la plana mayor de la política española asiste a una gala nocturna con más de cien invitados a cenar las sabrosas viandas que les prepara un chef con 2 estrellas Michellin y a beber buenos licores; estando algunos de ellos sin mascarilla, claro. Añadiéndole al asunto, para mayor escarnio, la concurrencia del Ministro de Sanidad, actuando como aquellos médicos que te pedían que dejaras de fumar con un puro en la boca y la consulta llena de humo.

Pero es que la cosa no se queda aquí. ¿Os acordáis de las dos herramientas para frenar el colapso hospitalario derivado de la expansión incontrolada del SARS-CoV-2? Mientras los ciudadanos utilizamos la única que disponemos, que es el distanciamiento social, ya sea voluntario u obligatorio, asumiendo el sacrificio que supone, la clase política, no sólo incumple esta herramienta, sino que además inutiliza la que a ellos les corresponde, que es el refuerzo del sistema sanitario: los Presupuestos Generales del Estado para 2021 rebajan en un 3,7% su inversión en salud pública (pasando de los 37,6 millones de euros en 2020 a 36,2 millones de euros en 2021) pese a la saturación hospitalaria actual. Doble infamia para el Ministro de Sanidad.

¿Indignante? Mucho. ¿Vergonzoso? Hasta el hartazgo. Y es que, si nos tenemos que sacrificar, si tenemos que asumir pérdidas, si tenemos que tomar medidas, éstas deben alcanzar a todo el mundo. El cansancio frente a la pandemia ya no alcanza únicamente al virus en sí, sino a tener que soportar que un político me exija que no vaya a cenar con mis amigos o familia mientras él asiste a galas de lujo nocturnas. Tener que aguantar que hablen de saturación hospitalaria y que su única respuesta sea el medieval confinamiento, útil pero insuficiente, en lugar de rascarse el bolsillo, recortar gastos absurdos y reforzar la salud pública. Tener que sufrir sus tórridas aventuras sexuales con medidas totalitarias que van aplicando aquí y allí como conejos sacados de una chistera que buscan más el control social que el control del virus. Tener, en definitiva, que aguantar estos desagravios además de la enfermedad y la muerte.

Psicológicamente, ya no sólo tenemos que lidiar con la propia pandemia, sino con esta gestión nefasta de la misma. Y someter a la población a semejante presión durante mucho tiempo no sé en qué puede desembocar. Eso debería darnos más miedo que la propia COVID-19.

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