Historias de España: De pandemia a pandemia (1918) (VII)

28.09.2020 20:19

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Muerte. Cada día, al levantarme por la mañana y servirme un café mientras con torpes andares camino por la cocina, enciendo la radio y escucho muerte. También escucho otras cosas, por supuesto -conceptos, voces y siglas que se han introducido en mi vida sin previo aviso y que, ahora mismo, son tan comunes en mi vocabulario como los buenos días que le doy a mi mujer en ese tempranero momento del día-: ERTE, PCR, confinamiento, contacto estrecho, mascarilla, rastreo, contagio, asintomático, segunda ola, cuarentena, vacuna, limitación y, mi preferida: prohibición. Y cada día, al levantarme, huelo el café, tras paladearlo. Cuando su amargo aroma inunda mis fosas nasales y su intenso sabor provoca una reacción en mis papilas gustativas, respiro profundamente: sin tos, ahogo o fiebre, es el único método que tengo para comprobar en mi casa y en zapatillas que el SARS-CoV-2, de momento, no ha venido a visitarme. O, al menos, no se ha manifestado; por lo que, sin saberlo, puedo formar parte del curioso colectivo de los asintomáticos. Me encojo de hombros. Yo qué sé.

Por costumbre, aunque el estado de alarma haya quedado lejos, así como el confinamiento –pues, aunque diga el Presidente del Gobierno que no existió en mayo, a mí me pareció tal cosa-, reviso diariamente los reportes que tanto la Generalitat de Catalunya como el Gobierno del Estado facilita sobre el avance de la pandemia. Tenía pensado dar por finalizada mi serie de artículos sobre el SARS-CoV-2, pero si en 28 días se crea un hábito, imaginaos en más de 90. Y el caso es que, más de tres meses después de publicar el último artículo sobre la COVID-19, continúo con mis Excels: casos confirmados, fallecimientos, porcentajes, incrementos parciales, etcétera. No me lleva más de medio minuto completar los campos de manera diaria, a decir verdad, y me gusta tener cierta sensación de control, aunque sea falsa.

En fin, esto debe ser la cacareada nueva normalidad. Muertes para desayunar, estadísticas a media mañana, teletrabajo el resto del día. Yo, por mi parte, en lo que puedo, intento desterrar el nuevo epíteto de la vieja normalidad, y aunque lleve mascarilla y cumpla las medidas de seguridad e higiene que recomiendan las autoridades, intento seguir con mi vida: vacaciones en Asturias, viernes con los amigos, visitas a familiares. Incluso asistí al entierro de mi pobre abuela Pilar, que expiró por motivos que nada tienen que ver con la pandemia y que, si seguís mis artículos, ya conoceréis. He aceptado esta situación y la intento sobrellevar de la mejor manera posible, buscando el punto medio aristotélico, como siempre: ni pánico, ni pasotismo. Ni terror, ni negación. The show must go on.

Sigo pensando, como intenté dejar patente en los anteriores artículos, que la mejor manera de relativizar lo que está pasando es analizarlo con cierta frialdad. Por las mañanas, cuando escucho la radio, no me interesan las opiniones de analfabetos contertulios suscritos a la secta del lugar común ni las sentencias pretenciosas de expertos de la nada que sólo generan miedo: quiero números para trabajar. Yo ya sacaré, en su caso, mis propias conclusiones. Por eso he seguido rellenando mis tablas de cálculo. Por eso, pese a tanta sobrexposición sobre la muerte y la enfermedad, mantengo una postura de calma tensa. Por eso he decidido seguir con mis artículos, pues no sólo me ayudan a aplicar este sano relativismo frente a la pandemia, sino que, quizás, y sólo quizás, consigo que otras personas vean las cosas de otra manera frente a un catastrofismo que sólo nos llevará a la depresión; no sólo económica, sino mental. Pues el pánico sigue siendo nuestro peor enemigo.

La situación de la pandemia a principios de octubre de 2020

Desde una cuestión puramente numérica, los datos que nos ofrecen las diferentes autoridades nos muestran, de manera muy clara, que la pandemia de SARS-CoV-2 está muy lejos de darse por terminada. Como podemos comprobar en la base de datos elaborada por el CSSE de la Universidad norteamericana Johns Hopkins, que continúa siendo una absoluta referencia para controlar la evolución de la pandemia a nivel global, los nuevos casos de contagio de SARS-CoV-2 continúan creciendo en prácticamente todos los países del mundo; si bien, la progresión está lejos de ser exponencial. El caso es que la cifra de contagios detectados, a fecha de 1 de octubre de 2020, ha alcanzado la cantidad de 34.048.480; y, asimismo, se ha superado el simbólico número de 1.000.000 de fallecidos a causa del COVID-19; concretamente, la cantidad de 1.015.429. Para que nos hagamos una idea de la magnitud de estas cifras, hasta esa fecha, el virus ha infectado a una población equivalente a la censada en Canadá y ha propiciado la muerte de una población equivalente a la censada en las ciudades de Sevilla y Córdoba juntas.

En España, tras el mes de calma que siguió la llegada de la llamada nueva normalidad, hemos comenzado, de nuevo, una progresión diabólica que nos ha llevado de 300 contagios al día en junio de 2020 a más de 11.000 a principios de octubre de este mismo año y que nos ha catapultado, de nuevo, a la cima de los países más afectados de Europa. A fecha 1 de octubre de 2020, acumulamos 778.607 casos y 31.973 fallecidos, según datos oficiales, con  una Comunidad de Madrid absolutamente desbocada y que, a la práctica, ha sufrido la intervención del Ministerio de Sanidad, pese a la foto de las banderitas de la semana pasada. Dicho de otro modo, estamos claramente ante la famosa segunda ola. Como el sarcasmo de la miel sobre hojuelas ya me lo conocéis, recurriré a otro dulce más castizo para referirme a la situación de nuestro país: torrijas con canela en rama.

¿Y, además de este pulso político entre Isabel Díaz Ayuso y Pedro Sánchez sobre la capital, qué más han hecho las autoridades frente a la situación actual? Prohibir y obligar. Y es que quién querría otorgar más fondos a la sanidad pública, contratar más enfermeros y médicos, hacer una búsqueda más activa del virus o tratar de unificar una respuesta basada en criterios lógicos cuando es mucho más barato, sencillo y fácil de asimilar para nuestra sociedad ultramontana una buena prohibición, una obligación absoluta o una buena dosis de culpa colectiva. Primero fue la mascarilla obligatoria en la vía pública. Luego, la prohibición de fumar al aire libre. Más tarde, la limitación de reuniones; primero diez, luego seis, mañana seguramente persona y media. Y todo ello en un caos normativo causado por la derivación de funciones del Estado a las Comunidades Autónomas, que, como verdaderas taifas, han “combatido al virus” a su libre antojo, picadas entre ellas para ver quién prohíbe más o se saca el conejo más gordo de la chistera en lugar de colaborar entre ellas y con el Estado desde la cercanía institucional con el territorio. Desde luego, bien lejos de la  famosa cogobernanza que tan bonito se las prometía; siendo el ejemplo de Isabel Díaz Ayuso un paradigma de otros tantos que, al parecer, no molestan al Ejecutivo central por motivos que nada tienen que ver con la sanidad. La gestión política actual de la COVID-19 en España se parece, en definitiva, y para que os quedéis con una imagen, a una viñeta de la 13 Rúe del Percebe del gran Francisco Ibáñez, como con buen criterio señalan en este artículo del New York Times: "La incompetencia de los políticos españoles puede ser tan mortal como la COVID-19".

Espera, Sergio. Para. Quieto. Stop. Si pretendías que tus lectores huyeran del pánico provocado por la pandemia, estás siendo del todo contraproducente. Pero en este punto me gustaría deslindar la COVID-19 de la gestión política; pues sobre la primera puedo ofrecer datos estadísticos que nos ofrecen una perspectiva diferente, quizás incluso tranquilizadora, pero sobre la segunda, mi desasosiego es tan profundo como puede serlo el vuestro. En todo caso, eso es harina de otro costal. Otra guerra que sí que tenemos más que perdida.

A mí, sobre todo, me interesan los números actuales. Puros, sin tratamiento, desnudos. Sobre ello, y concretamente sobre la percepción que tiene la ciudadanía sobre la mortalidad del SARS-CoV-2, es sobre lo que pretendo profundizar. Y es que, sobre este particular, las cosas han cambiado para bien. Maldita sea, de vez en cuando, y pese a todo, no viene mal alguna buena noticia, aunque sea relativa y en perspectiva.

La tasa de mortalidad del SARS-CoV-2 a principios de octubre de 2020

Una de las primeras aristas del complejo poliedro de la pandemia de SARS-CoV-2 que analicé, precisamente, en el primer artículo que le dediqué, es la tasa de letalidad de la COVID-19. Los datos disponibles en aquel prematuro momento arrojaban unas cifras que se antojaban poco fiables y que podían distorsionar bastante la realidad de la pandemia. En concreto, en fecha 1 de abril de 2020, las cifras eran las siguientes:

La tasa de mortalidad del SARS-CoV-2, con estas cifras sobre la mesa, era estremecedora, sobre todo en nuestro país, con una tasa de letalidad que se asemejaba a las propias de enfermedades como el tifus o la meningitis y que multiplicaba por 734 la de la gripe estacional. Por supuesto, la tasa de letalidad variaba de una manera muy pronunciada en función de la edad del contagiado, pasando de un 0,2% en los contagiados cuyas edades se comprendían entre los 20 y los 40 años a un 25% en personas mayores de 90 años; y, además, no se disponía de sistema de rastreo de asintomáticos ni se detectaban todos los contagiados, como ya expuse en su momento. En cualquier caso, las cifras eran, cuanto menos, preocupantes, teniendo en cuenta la facilidad del contagio de la COVID-19.

Transcurridos seis meses desde este hito temporal, es decir, a fecha 1 de octubre de 2020, la perspectiva ha variado muy positivamente, pese al incremento considerable de casos detectados y fallecidos por la enfermedad. La fiabilidad de la tasa de mortalidad en la actualidad continúa sin ser fiable al 100%, por supuesto, ya no sólo por los motivos ya señalados en el párrafo anterior, sino porque que la pandemia continúa activa y parece que le espera un recorrido más largo del que a todos nos gustaría; no obstante, la perspectiva es mucho más halagüeña que en fecha 1 de marzo de 2020. A saber:

 

Por lo pronto, y sin entrar a valorar las causas, nos topamos con que la tasa de mortalidad, en España, se ha reducido a menos de la mitad; y que, a nivel internacional, se ha reducido por debajo del 3% y baja día a día. Y este número, en crudo, es, por sí solo, una muy buena noticia: el virus es menos mortal de lo que parecía hace medio año. Literalmente.

En cualquier caso, sí, hay que entrar a valorar las causas, ya que ello nos permitirá tener mucha más información al respecto y comprender que esta variabilidad no es aleatoria y responde a una lógica que nada tiene que ver con una ciencia infusa numerológica. A continuación, os expongo cuales son las causas que, a mi juicio, han moderado la tasa de mortalidad de la COVID-19, adecuándola a una realidad imposible de determinar a principios del brote pandémico:

a) Detección de asintomáticos: En el primer artículo que dediqué al SARS-CoV-2 en fecha 1 de abril de 2020, ya puse de manifiesto que existía un porcentaje muy elevado de personas infectadas que no presentaban sintomatología (asintomáticos) que, al no ser detectados, no se contabilizaban en los registros, provocando un aumento irreal de la tasa de mortalidad; pues solo quien presentaba síntomas se desplazaba a un centro de salud para hacerse una PCR. A fecha actual, se realizan búsquedas activas para rastrear los rebrotes y evitar la llamada transmisión comunitaria, es decir, el contagio descontrolado. Si bien estas tareas de rastreo son insuficientes, el hecho cierto es que, en España, más de la mitad de los casos que se detectan diariamente son asintomáticos, como podemos comprobar en este g ráfico actualizado correspondiente a la actualización 219 de la COVID-19 que emitió el Ministerio de Sanidad en 1 de octubre de 2020:

b) Más PCR, más casos detectados: Resulta lógico, ¿verdad? Una enfermedad de sintomatología tan variable, que puede confundirse con una gripe, un simple resfriado o una gastroenteritis, requiere necesariamente de un cribado muy importante para conocer cuál es su incidencia real, pues de lo contrario, sólo se detectan los casos graves que acaban en el hospital o que fallecen. Por ello, el hecho de que España haya duplicado los tests PCR que se realizan semanalmente a toda la población, implica necesariamente el conocimiento de casos asintomáticos, muy leves o leves que, anteriormente, no se tenían en consideración; creándose una artificialmente elevada tasa de mortalidad. Para comprobar esta circunstancia, basta con comparar las 777.208 pruebas PCR que se han hecho durante la última semana de septiembre -como verificamos en la actualización 219 del Ministerio de Sanidad a la que nos hemos referido anteriormente- con las que se han hecho desde el inicio de la pandemia:

c) Tratamiento hospitalario suficiente: Todos recordamos, con angustia, los criterios de triaje para el ingreso en las Unidades de Cuidados Intensivos que se aplicaron durante la primera ola de la pandemia, dejando sin asistencia médica a personas con pocas expectativas de supervivencia frente a otras por razón del colapso del sistema sanitario. La falta de recursos y la saturación absoluta de las UCI propiciaron muertes que, seguramente, podrían haberse evitado. Pues bien, este horrible escenario, de momento, no se está produciendo en esta segunda ola, pues las UCI’s no están en absoluto tensionadas: a nivel estatal, todavía se dispone de una capacidad superior al 80% para asumir eventuales incrementos derivados de la COVID-19, pues sólo un 18,13 % de las camas están ocupadas -de acuerdo con los datos que extraemos de la actualización 219 del Ministerio de Sanidad a la que nos hemos referido anteriormente-. En definitiva, se puede atender a todo el mundo adecuadamente.

En consecuencia, el escenario ha variado ostensiblemente y, seamos claros, a mucho mejor. Al efecto de que podáis ver, de una manera muy visual, la diferencia entre la tasa de mortalidad de la primera ola y la correspondiente a lo que llevamos de segunda ola, he elaborado un gráfico en el que he recopilado los datos de contagios y fallecimientos en España por quincenas, estableciendo una tasa de mortalidad parcial para cada uno de estos periodos temporales. De ese modo, disponemos de la perspectiva suficiente para comparar ambas oleadas pandémicas que nos puede ofrecer, el menos, una herramienta para huir del pánico que tanto pretenden medios de comunicación:

Visto el gráfico y los datos que extraemos en base a la base de datos que lo he construido, podemos alcanzar una serie de conclusiones objetivas que fortalecerán, todavía más, esta huida del pánico hacia una calma tensa, pero tranquila, pausada, moderada. Hacia el uso racional de los datos:

- Durante la quincena comprendida entre el 15 y el 30 de septiembre de 2020, se han detectado prácticamente los mismos casos (166.022) que durante todo el mes de abril de 2020 (169.880); siendo la tasa de mortalidad parcial de este último periodo de un 1,08 %, muy inferior a la de abril de 2020 (11,07%) -es decir, 10 veces inferior-.

- Si bien durante la primera ola (comprendida entre el 1 de marzo de 2020 y el 31 de mayo de 2020), la tasa de mortalidad parcial era de un 8,47%, durante lo que llevamos de segunda ola (que comenzó en fecha 15 de julio de 2020), la tasa de mortalidad parcial es de un 0,51%; es decir, 16 veces inferior.

- Durante lo que llevamos de segunda oleada, han fallecido 3.378 personas, equivalente a una tercera parte de las personas que fallecieron en abril de 2020 (10.390); dicho de otro modo, han fallecido de media unas 1.350 personas al mes durante la segunda ola, prácticamente una octava parte que en abril de 2020.

- De acuerdo al Informe Epidemiológico nº 46 emitido por el RNVE en fecha 30 de septiembre de 2020, la tasa de mortalidad desde el 10 de mayo de 2020 en enfermos de la COVID-19 con edades inferiores a los 60 años es de un 0,049%, según comprobamos en este gráfico:

El tratamiento informativo de la mortalidad en España desde una perspectiva histórica

Muertes. Cada día, al levantarme por la mañana y servirme un café mientras con torpes andares camino por la cocina, enciendo la radio y escucho muerte. Así he empezado el artículo y así podría darlo por acabado, pues es la consigna informativa que, a nivel mediático, ha acabado empapándonos como una lluvia fina pero constante. Esto ocurre este año 2020, en efecto, pero el año pasado, por poner un ejemplo prototípico, las muertes que estaban de moda –perdonad la expresión, pero es que es así- eran las que se producían por violencia de género. Durante ese año 2019, los periodistas de la carroña rebuscaban en los Juzgados para buscar mujeres muertas a manos de sus parejas para poder decir: “¡Extra, extra, otra muerte más para contabilizar!”

Y así es como se crea una alarma social: mediante una sobrexposición mediática de algo tan duro como la muerte para generar un impacto emocional. Y si adoleces de perspectiva, la alarma se convierte en pánico. En definitiva, está pasando con la COVID-19, pero no es nuevo de ahora. 

Analicemos un poco más este ejemplo de alarma informativa: De acuerdo a este artículo de La Vanguardia de 2 de enero de 2020, “al menos 55 mujeres han perdido la vida a manos de sus parejas o exparejas en 2019, a falta de dos días para que se cierre el año. Así, en este ejercicio se ha registrado un nuevo repunte y la cifra de víctimas mortales es la más alta desde 2015, de acuerdo a los datos oficiales.”. ¿Repunte? Vaya, me suena ese término. “La presidenta de la Federación Nacional de Asociaciones de Mujeres Separadas y Divorciadas, Ana María Pérez del Campo, también sostiene que el aumento del terrorismo de género se debe a la irrupción de Vox en las instituciones”. ¿Terrorismo de género? ¿Culpabilizar a un partido? Vaya, esto es muy específico, pero pretende generar lo mismo que con la pandemia de SARS-CoV-2: miedo, terror, pánico.

El caso es que, si tenemos en cuenta que, en España, había, a fecha 20 de enero de 2020, 20.562.370 mujeres mayores de 16 años –es decir, en edad de sufrir violencia de género-, se da la circunstancia de que murieron a manos de sus parejas un 0,0002675% de la población femenina mayor de 16 años en 2019. Por supuesto, yo opino que una es demasiado y que nadie debería ser asesinado por razón de su sexo, ni en el seno de una relación de pareja tóxica, ni en ninguna circunstancia, pero, ¿se justifica el pánico en base a una estadística tan minúscula? ¿Es España una sociedad extremadamente machista y víctima de “terrorismo de género” porque 55 malnacidos mataron a sus parejas cuando, según un estudio de la Universidad de Georgetown, es el quinto país del mundo en ratio de igualdad -es decir, sólo por debajo de Islandia, Noruega, Suiza y Eslovenia-? Por supuesto, la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres es absolutamente vital en una sociedad libre, ¿pero el escollo a este objetivo es tan generalizado como para colmar titulares de prensa día sí, día también? Evidentemente, con los números en la mano, no lo es. Es pura política mediática. Es la creación de un estado de opinión para justificar medidas que, en otra circunstancia, nadie aceptaría, como u n desigual criterio penal ante un mismo hecho delictivo en base a tu sexo .

En fin, es un jardín que no quería pisar, pero creo que sirve como paradigma para lo que quiero poner de manifiesto. No por el hecho en sí ni por las medidas que creo que se deberían adoptar, no por el qué, ni el por qué, en los que no voy a entrar, sino por el cómo. Sobre su tratamiento informativo. Y es aquí, en este punto, cuando debemos poner las cifras en perspectiva para conocer su alcance real y poder sacar nuestras propias conclusiones, seguramente alejadas del morbo, de los buitres sentimentales, del amarillismo noticiario, de la justificación de medidas que no tienen un vínculo con la realidad.

Perspectiva. Datos. Esto es lo que pretendía ofreceros desde que decidí preparar este artículo y es exactamente lo que os ofrece el cuadro que he adjuntado ut supra. Realizando una comparativa de los datos que ofrece el Instituto Nacional de Estadística de España en 13 años seleccionados de manera expresa –en concreto, los años que median entre 1915 y 1922, con la pandemia de A/H1N1 de 1918 en el periodo central, y los últimos cuatro años en los que se disponen de datos consolidados-, podemos comprobar cuál es el alcance real de la mortalidad en España. Así, cuando nos digan que tal día han muerto tantas personas, seremos capaces de contextualizar la cifra en lugar de entrar en un injustificado pánico. Veamos:

- Previamente a la llegada de la pandemia de A/H1N1 de 1918, en España moría una media de 1.242 personas diarias, de las cuales, 224 correspondían a muertes derivadas de enfermedades del aparato respiratorio (entre las que se encuentra la gripe, la bronquitis, la pulmonía, etcétera).

- Durante la pandemia de A/H1N1 de 1918, añadiéndole el año siguiente, en España murieron una media de 1.614 personas diarias, de las cuales, 498 correspondieron a muertes derivadas de enfermedades del aparato respiratorio.

- El exceso de mortalidad en 1918 y 1919 con respecto a 1917 fue de 247.066 personas.

- Previamente a la llegada de la pandemia de SARS-CoV-2 de 2020, en España moría una media de 1.140 personas diarias, de las cuales, 136 correspondían a muertes derivadas de enfermedades del aparato respiratorio.

Sí, es así. Cada día, en España, durante los últimos cuatro años, murieron cada día más de 130 personas de gripes, resfriados, bronquitis y pulmonías. ¿Verdad es que eso no lo sabíais? ¿Verdad que durante esos años ni siquiera le habríais dado importancia a esta circunstancia? ¿Verdad que no os imaginabais que, cada año, muere una media de 420.000 personas en España? ¿Verdad que no erais conscientes de que, a principios del siglo XX, morían el doble de personas que ahora, teniendo en cuenta que moría una media de 453.000 personas al año con la mitad de población? Así que, cada vez que escuchéis por la radio que han muerto durante el día de hoy tantas personas por esto o por aquello -sea el COVID-19 o un asesinato-, tened en cuenta que, en el mismo periodo temporal, más de mil personas han expirado por otras cuestiones sin que nadie informe de ello, sin que nadie le dé un tratamiento prioritario. Sin que nadie se entere más allá de sus familiares y allegados.

Por supuesto, todavía tardaremos mucho en saber cuál será el exceso de mortalidad del año 2020 para conocer el alcance real de la mortalidad del SARS-CoV-2 en la sociedad española, pero de momento, tenemos las conclusiones parciales del MoMo (Informes de Monitorización de la Mortalidad diaria), que arrojan, a fecha 1 de octubre de 2020, un exceso de mortalidad de 44.781 personas que se concentraron, en un 95%, en marzo y abril de 2020; pero que, desde mayo de 2020, se mantienen en ratios prácticamente normales:

Estos son los datos. Si bien han sido trabajados, he tratado de ser muy honesto y no jugar con ellos, sino únicamente compartimentarlos y realizar comparativas, porcentajes y sumatorios; extrayendo conclusiones exentas de mi propia subjetividad. Estos son los datos. Crudos, objetivos, puros. Libres de opinión. Libres de sentimientos. Libres de miedo. Sacad, en consecuencia, vuestras propias conclusiones.

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