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08.08.2017 14:34

Shit happens, que diría aquél. Expresiones en inglés que definen precisamente lo que quiero poneros de manifiesto. No es que sea yo persona muy dada al uso de neologismos o expresiones en otros idiomas, pero ésta, en concreto, tiene mucha fuerza: la mierda ocurre, según traducción literal. Una especie de vulgar “c’est la vie”. Un así es la vida con componente escatológico. Pero superemos las consideraciones terminológicas y vayamos al fondo del asunto. Periodo vacacional, agosto de 2017. Tiempo libre, podcast preparados pendientes de grabación. Micrófono en condiciones. Voz más o menos decente, teniendo en cuenta los malditos resfriados causados por los aires acondicionados. Todo preparado para continuar con la buena racha de podcast que he tenido que interrumpir por el trabajo. Pero entonces, shit happens. El jodido ordenador hace un ruido infernal, seguramente por un fallo de ventilación. Cada frase que grabo viene acompañada de un ruido de fondo similar al de un reactor de un Boeing 747. Y mi gozo acaba sumido en el más profundo de los pozos.

Y así estamos. No puedo hacer podcast hasta nuevo aviso. Hasta que pueda coger esta chatarra desde la que os escribo y tirarla por la ventana. Vivo en un sexto piso, así que su destrucción está garantizada, así como mi placer al ver desparramarse por el suelo los componentes informáticos que tanto me están tocando la moral, por no decir una parte del cuerpo muy concreta y colgandera. Pero para poder cumplir con mi sueño, previamente debo adquirir un nuevo equipo y no dispongo del numerario suficiente. Así que a joderse tocan. Al menos, de momento.

Ante estas circunstancias, y para mantener cierto nivel de actualización de la página web, pensé en ofrecer sucedáneos. Al cabo, un podcast musical no deja de ser una grabación compuesta por una interrelación de música con la voz de un locutor, todo ello con cierto orden interno. Si no puedo grabar mi voz ni explicar nada sobre la música que compone el podcast, ni por supuesto hacer mis comentarios innecesarios que seguramente os ponen de los nervios, nos queda, sin más, la música en puridad. Y si voy a poneros sólo música, al menos que sea mezclada, por supuesto. Ya tengo la solución.

Pues sí, soy así, lo siento. En lugar de compartir con vosotros una sesión sin más tengo que pegaros la chapa con excusas innecesarias, explicaciones que no os interesan y prolegómenos. Deformación profesional, imagino. O sencillamente la vana creencia de que a alguien le interesa lo más mínimo mi vida. Pero en fin, el hecho cierto es que este fin de semana he preparado una sesión veraniega que espero que disfrutéis, pese al calor, pese a los ordenadores infames, pese a la arena en el bañador. La sesión no repasa una época concreta, ni un estilo concreto, ni tiene más objetivo que el mero entretenimiento musical. De vez en cuando me apetece quitarme de encima tanta formalidad y, sencillamente, pinchar lo que me apetece. Y el resultado, al menos para mí, cumple las expectativas.

DJ HARDBEAT - SUMMER SESSION 2017

Tracklist

1.- Pont Aeri vol 8 - Sweet Revenge (Original Version)

3.- DJ Jordi K-Staña - Pole Base

4.- Suspicius - Black Time

5.- Endymion and Art Of Fighters - Let’s get in on

6.- Ruboy vs Tampo & K-Rlos - La Niña mecánica

7.- DJ Memonik & Ivan Bass - Warning Bass

8.- Nomada and Leño - Shengaya

9.- DJ Vic - Absurd Words

10.- The Partymakers - Synchronize

11.- Thorax feat MC Tha Watcher - A decade of syndicate

12.- Ruboy Alone - Yo soy la makina

13.- Javiolo presents Dinamik Recods vol 1 - Black Clouds

14.- DJ Baruk & Dan - With Or Without You

15.- Double Fantasy - Metaforas (Hardbase)

16.- DJ Newton & DJ Traka - Honorating To The Falen

17.- Diverse & Gammer - The Spirit

18.- Maket 03 - Hardstylez Bass

16.07.2017 20:52

Pocas imágenes hay más evocadoras que un lobo solitario aullando con voz profunda en lo más oscuro en la noche con la única compañía de la luna. Es una imagen que puede aterrar, pues nos despierta un miedo atávico: el de los lobos en la noche acechando a su presa desprotegida. En este acomodado siglo XXI, esto parece un cuento de viejas, pues si hay lobos, si alguno queda, están a cientos de kilómetros, tratando de no extinguirse ante la desaparición de los bosques. Pero nuestra mente colectiva recuerda. Todavía se le hiela la sangre ante ese aullido. Teme por su ganado, por su vida, por la de sus hijos. Pero esa imagen va más allá del propio lobo, de sus carnívoras intenciones y del sonido de su profundo aullido; pues la luna, al cabo, es la que ilumina la escena. La misma luna a la que aúlla el lobo. La misma luna que nos permitía ver a esos lobos acercarse, pues era el único atisbo de luz en la oscura noche. La misma luna que nos hacía, hace y hará mirar hacia el cielo. La misma luna que un día pisamos.

Nunca me ha quedado claro si el conocimiento es todavía más maravilloso y sorprendente que las leyendas que creamos ante el desconocimiento. Y es que adorar a la luna como una deidad y vanagloriarse de su luz nocturna tiene algo de mágico, de místico; pero saber que se trata de un satélite natural que se encuentra a 300.000 kilómetros de distancia, que tiene el tamaño del continente europeo, que surgió del impacto de un cuerpo celeste contra la prototierra, que se mantiene en órbita a nuestro alrededor gracias a la invisible fuerza de la gravedad, que controla las mareas y los reflujos electromagnéticos de la Tierra, que mantiene la inclinación de la Tierra,  que permite la existencia de las estaciones y que, en suma, complementa desde su lejana distancia el frágil equilibrio que permite la vida en la Tierra, no puede mostrarnos más que la realidad siempre supera la ficción. Y que la luna es todavía más alucinante de lo que pensamos.

Esta semana se cumplen 48 años desde que Neil Armstrong, junto con su compatriota Buzz Aldrin, pusieran un pie en la superficie de la luna. Hace casi cinco décadas que la experiencia se añadió al conocimiento. Que un hombre pudo ver, tocar, sentir, más allá de imaginar o de hacer cálculos. Que tuvo ocasión de vivir la ciencia. Tras una década de esfuerzo, los Estados Unidos de América hicieron posible la gesta, arrebatándole a la Unión Soviética la escalada de hitos espaciales que habían iniciado con el Sputnik o con Yuri Gagarin. Fueron momentos de euforia en Occidente. Puede que uno de nuestros mejores momentos.

Dicho lo cual, no nos engañemos. La carrera espacial nunca tuvo por objeto el conocimiento, la exploración y la fascinación hacia la luna y el espacio. Todo ello no fue más que un excelso efecto secundario, un efecto colateral necesario, el fruto inesperado de un árbol que sólo pretendía mostrar su poder. Un pulso entre dos grandes potencias. Esta situación se pone de manifiesto a la vista de que el interés hacia el espacio exterior ha venido decreciendo paulatinamente y sin freno desde hace más de cinco décadas, pese a los avances, pese a la tecnología, pese a las posibilidades existentes. El exiguo atisbo de exploración especial actual se desarrolla ante la asfixia financiera, la falta de recursos, el descrédito público y la apatía social. Poco queda de aquellos sueños, a pesar de que, habiéndolos alcanzado, eran todavía más maravillosos de lo que pensábamos.

Pero si hay algo que no nos pueden arrebatar ni los actuales gobiernos y ni estupidez occidental actual que nos llevará a la irrelevancia más absoluta, son los hitos alcanzados. Aquello se hizo, se logró, se alcanzó, y su recuerdo puebla nuestra mente con el objeto de que creamos en lo que el ser humano, cuando se lo propone, es capaz de hacer. Que el pequeño paso de un hombre fuera capaz de mantener a miles de millones de personas en vilo. Que una simple huella fuera el símbolo de una proeza mayúscula, impensable para nuestros ancestros. Y que la clave de todo ello fue la colaboración: Neil Amstrong sólo era un hombre, pero miles de manos lo auparon, millones de personas le apoyaron. Muchos países intervinieron. Incluso la pobre España.

Los latidos de la luna

Nervios. No era para menos. Miedo. Atrás quedaba no sólo la zona segura que tanto abunda hoy en día, sino la propia atmósfera terrestre. Valor. Nada se ha conseguido nunca sin riesgo. Orgullo. Toda una nación contenía el aliento, expectante, mirando hacia aquella nave espacial que apuntaba hacia el cielo. Historia. Sí, Historia, en mayúscula. Aquello estaba sucediendo. La cuenta atrás había comenzado. Y llegaron los últimos segundos. “Twelve. Eleven. Ten. Nine. Inginition secuence start. Six. Five. Four. Three. Two. One. Zero. All engines running. Liftoff! We have a liftoff! 32 minutes past the hour, liftoff on Apollo 11. Tower clear.” A una velocidad de impulso de casi 10.000 km/h, el poderoso cohete Saturno V impulsó la nave Apolo 11 hasta los 62 kilómetros de altura antes de desprenderse. Posteriormente, la segunda etapa de combustible entró en juego, manteniendo la velocidad de escape hasta alcanzar la altura de 190 kilómetros, muy por encima de la mesosfera, desprendiéndose igualmente y quedando totalmente desintegrada al impactar contra la atmósfera. En poco más de 10 minutos, la Tierra había quedado atrás. El reloj marcaba las 15:42 del día 16 de julio de 1969.

La monitorización de la misión quedó en todo momento centralizada en el Lyndon B. Johnson Space Center sito en Houston, Texas, E.U.A. Desde dichas instalaciones oficiales de la N.A.S.A., se controlaba hasta el más mínimo detalle de la misión. No obstante, esa monitorización centralizada hubiera resultado totalmente imposible si no hubiera contado con otros receptores y emisores de información adicionales al localizado en la propia Houston, pues la esfericidad de la Tierra y de la propia Luna, así como la rotación de dichos cuerpos celestes, requerían necesarias triangulaciones a fin de no quedar completamente cortada la comunicación durante determinados momentos del trayecto; algunos de ellos muy importantes, como el propio alunizaje. Para ello, era preciso contar con tres localizaciones separadas entre sí 120 grados en relación al centro de la Tierra para que, durante la misión, cada una de estas localizaciones pudiera transmitir y recibir información en un periodo temporal de 8 horas diarias, completando las 24 horas del día con una rotación completa de la Tierra. Sencillo y elegante, realmente. Física pura. La comunicación entre estas tres localizaciones se realizaría por cable submarino, ya que Internet no era mucho más que un proyecto en desarrollo en aquella época (precisamente, en diciembre de ese año, se inauguraba la ARPANET, predecesora de la actual Internet).

A la vista de estas circunstancias, la N.A.S.A estableció una estación espacial en Camberra, Australia, para controlar el tercio de la Tierra que correspondía al este de Asia y la mitad oeste Pacífico, y pensó en España para instalar la tercera estación espacial, a fin de que se controlaran, desde dicha ubicación, el tercio de la Tierra que correspondía a Europa, África y el oeste de Asia. Las relaciones entre ambos países estaban en buena forma, pues España había cedido a Estados Unidos cuatro bases militares en 1953 en el contexto de la Guerra Fría, con buenos resultados, por lo que no sería complicado alcanzar un acuerdo. Y así fue. El Gobierno Federal de Estados Unidos, menos de un año después del asesinato de J.F.K., alcanzó un acuerdo con el Gobierno de España para instalar una instalación espacial en Fresnedillas de la Oliva, Madrid, en fecha 17 de febrero de 1964.

Con poco más de 1.500 habitantes, esta pequeña población madrileña entró en la historia de la Humanidad. Hasta que, en fecha 4 de julio de 1967, se inauguró la Estación Apolo, este pueblo era conocido por los fresnos y por las olivas, que daban nombre al municipio; pero aquel 15 de julio de 1969, las transmisiones de la mayor expedición realizada por la Humanidad dependían de la antena parabólica Cassegrain de 26 metros de diámetro instalada en la humilde instalación espacial sita en Fresnedillas de la Oliva.

Como explica en una entrevista D. Carlos González, director de operaciones de la N.A.S.A en Madrid en aquella época, la participación de Fresnedillas en la misión Apolo XI era capital, puesto que les pertocaría a ellos, precisamente, controlar las transmisiones en el momento más peligroso de la misión: el alunizaje. Hubo problemas, como es sabido, pues no pudieron aterrizar en la zona que tenían prevista, por lo que Neil Armstrong tuvo que improvisar y buscar un emplazamiento sin rocas para hacer descender el módulo lunar. Finalmente, con los nervios a flor de piel y a falta de 17 segundos de quedarse sin batería, tocaron tierra. O, mejor dicho, tocaron Luna.

Según narra el propio D. Carlos González, desde Houston enviaron una transmisión a los astronautas pidiéndoles que se echaran una siesta, pues querían retransmitir en directo desde E.U.A. el momento mágico de un hombre pisando la superficie de la Luna y para ello debían esperar unas horas. Evidentemente, los astronautas les dijeron que si estaban locos, que cómo iban a dormir en una situación semejante. Se pusieron los trajes y esperaron pacientemente hasta que llegó el momento. Yo, en esta coyuntura, ya me habría mordido las uñas hasta el codo, pero ellos aguantaron estoicamente. Les dieron la orden. Y entonces… “That’s one small step for man, one giant leap for mankind”.

D. Santiago Vázquez, periodista de Televisión Española encargado de la retransmisión del evento, se encontraba en la Estación Espacial de Fresnedillas en el momento en el que Neil Armstrong y Buzz Aldrin culminaron la gesta. Entre las numerosas pantallas y dispositivos que monitorizaban la misión y que estaban conectadas tanto con Houston como con el Apolo XI, se fijó en una de ellas: la que controlaba las pulsaciones de los tres astronautas. Raudo, conocedor de la importancia del momento, llamó al Director de Informativos de RTVE, apremiante, a fin de que le diera conexión inmediatamente para dar una noticia histórica. Toda España, y posteriormente todo el mundo, escuchó estas palabras desde Fresnedillas de la Oliva, Madrid: “Señoras y señores, desde la Estación Espacial de Fresnedillas, de nuevo con ustedes, pues tenemos una noticia de alcance mundial en relación con el Apolo XI. En estos momentos, en sus televisores, y en los monitores de la Estación de Fresnedillas, podemos ver el latido cardiográfico y el trazado electrocardiográfico de los tres astronautas. El corazón del hombre en la luna por primera vez en la historia. ¡Es un momento único, que sólo transmite la Estación española de Fresnedillas para todo el mundo! Y ahí tenemos los latidos del corazón del comandante de la nave, Neil Armstrong, el más nervioso de todos, 150 pulsaciones por minuto. Y antes de posarse tenía 110 latidos. Y Aldrin, qué podemos decir de Aldrin. Pues como pueden ver, es el más sereno de todos, únicamente tiene 70 pulsaciones por minuto. ¡Increíble para la trascendencia de esta hazaña! Y en cuanto a Collins, arriba en el Columbia, que lleva este nombre en honor a Cristóbal Colón, 120 latidos por minuto. Collins está solo pero sabe aguantar su corazón. ¡Es la primera vez que el corazón del hombre late, y lo estamos viendo en estos instantes, en la Luna! (…) ¡Un día, se lo podremos contar a nuestros hijos, y a nuestros nietos! ¡Es el triunfo del hombre sobre la máquina! ¡Es el triunfo de toda la Humanidad! (…)”.

La epicidad del momento era insólita, sublime, y todo el mundo era partícipe. Pero en el punto más álgido de la montaña rusa, sólo queda el descenso. La exploración lunar se mantuvo unos años, pero acabó por dejarse de lado. Los fondos empezaron a escasear. Y el día 1 de marzo de 1985, se clausuró de manera definitiva la histórica Estación Espacial de Fresnedillas. España, como el resto de Occidente, ha desechado la exploración espacial de sus prioridades nacionales. Si bien es cierto que las misiones no tripuladas continúan, tanto a la Luna como a Marte y otros planetas, y que la Estación Espacial Internacional todavía sobrevuela por encima de la Tierra, ya poco queda de aquella magia, de aquella voluntad, de aquel ánimo de superación. No obstante, nadie nos podrá quitar ese momento. Ni Fresnedillas olvidará nunca el día en el que, junto con Armstrong y Aldrin, tuvo ocasión de pisar la luna.

Pero claro, como esto es España, y no podía faltar la anécdota bizarra para acabar este artículo, es preciso referirse a un episodio verdaderamente singular que tuvo lugar tras la popularidad que ganó la Estación Espacial de Fresnedillas una vez finalizada la misión Apolo XI. Según explica el director de la Estación Espacial de Fresnedillas, D. Luis Ruiz de Gopegui, el alcalde del pueblo vecino de Navalagamella se le presentó un día en su despacho, algo atribulado, a fin de peticionarle que, a partir de ahora, la Estación se llamara de Fresnedillas-Navalagamella, pues de lo contrario los vecinos del pueblo lo iban a correr a gorrazos, ya que, como la Estación ocupaba un poco de terreno de Navalagamella, ellos también querían compartir la gloria de Fresnedillas. El Sr. Ruiz de Gopegui les dijo que a él le daba igual, que hablaran con la N.A.S.A. Al final todo quedó en nada, pero no hay información sobre si el alcalde acabó en un pozo tras este episodio.

22.06.2017 18:51

A Neo no se le plantea un problema de fácil resolución. Pudiera parecerlo para el espectador, pegado en el asiento de la sala de cine, esperando que Morfeo nos muestre las maravillas que esconde tras sus futuristas gafas de sol y su enigmática figura; pero verlo es una cosa y hacerlo otra muy distinta. Y seamos sinceros, siempre nos acabamos tomando la pastilla azul. Preferimos mantenernos seguros en nuestra safe zone, utilizando terminología moderna. Lo malo conocido, etcétera. Tomar decisiones radicales en nuestra vida es realmente complicado. Dar un giro de 180 grados. Tomarnos la pastilla roja y salir de Matrix para aprender cosas que no queremos aprender, ver cosas que no queremos ver, sentir cosas que no queremos sentir. La verdad tiene un precio. Y no hay trago más amargo que el de la lucidez.

En ocasiones, la pastilla roja no nos conduce a un mundo nuevo, sino que nos ofrece una visión real del mundo que ya nos rodea. La pastilla azul, a veces, no es más que un ventanal ahumado que no nos permite ver la luz del sol. Niebla. Cerrazón. Un muro. En cualquier caso, es lo conocido, lo que nos hace sentirnos seguros, lo que nos pide el cuerpo, lo que nos evade del sol que brilla en el exterior, pero también de los horrores que podríamos llegar a contemplar allá fuera. Mejor me quedo aquí, decimos. Dame otra pastilla. De las azules, por favor.

Las drogas, sean cuales sean, nos seducen primero, nos proporcionan placer después y nos aprisionan entre sus cuatro paredes al cabo. El mundo es un lugar gris, aburrido, duro y cruel. El alcohol nos libera de nuestros miedos y nos hace ser más locuaces. La marihuana nos hará mandar a todo y a todos a hacer gárgaras. La cocaína nos hará mirar con condescendencia, nos elevará por encima del resto. La metanfetamina nos hará volar, literalmente, y nos adentrará en un mundo nuevo, diferente, colorido, fascinante. Y las pastillas, mediante su inyección química, nos evadirán incluso de nuestro propio cuerpo. Las drogas, al final, son la pastilla azul: nos transportan a un lugar placentero, irreal, alejado de la cruda verdad; o, al menos, nos ofrece un modo diferente de verla. Como un caleidoscopio, elegimos nuestro color favorito, azul, por ejemplo, y evitamos el rojo a toda costa. Para qué, pensamos. Qué sentido tiene sufrir teniendo pastillas azules a espuertas y a nuestro alcance.

Pero es una trampa. Una trampa que puede ser mortal. Me diréis, bueno, yo me drogo, seguramente tú te drogas, o tu madre, cuando se toma un ibuprofeno; o nuestro jefe, cuando se bebe tres cafés por la mañana; o nuestra abuela, que se toma una infusión de tila, en el fondo se está drogando. El hecho de que una droga sea legal o no lo sea es más una cuestión puramente normativa, formal, convencional, tanto es así como de otro modo: en definitiva, el hecho cierto es que todos nos drogamos y tampoco es algo que debería provocarnos escándalo. Y es cierto. No lo niego. Pero la trampa no está en drogarse. La trampa no es la pastilla azul. La trampa es olvidar que existe la pastilla roja. Caer en un pozo azul del que no podemos salir.

No hace ni una semana que uno de los mejores dj’s de este país decidió tomarse la pastilla roja: desintoxicarse de las drogas. Como imaginaréis, el hecho de utilizar el símil de las pastillas no era arbitrario, sino que tiene mucho sentido: me refiero a David Álvarez, más conocido como DJ Pastis. Pocas cosas puedo decir que no sepáis ya sobre él: residente de Pont Aeri durante sus primeros años, residente de la mítica discoteca Xque? durante más de 10 años, residente de la Sala Activa; esto es, una leyenda dentro del mundo de la makina. Y, además, habiendo tenido la ocasión de haberlo conocido en persona por mi parte, puedo decir, así mismo, que tiene muy buen fondo. Su vida ha sido, es y siempre será la música; y ello está por encima de todo. Bueno, realmente, no de todo: las drogas han formado parte de su vida durante sus más de 30 años en activo y de ello puede dar fe su actual estado. No es nada agradable comprobar cómo la droga ha destrozado física y mentalmente a una persona tan brillante, tan fiestera, tan melómana. Y como makinero, como seguidor de su música, como persona a la que sus mezclas y canciones han hecho muy feliz, como adolescente que en su momento lo tuvo como referente, no podría estar más complacido con la decisión que ha tomado. Mi blog es un lugar humilde, con poco recorrido, y mucho más si me comparo con otros medios generalistas que se han hecho eco de la noticia, pero desde aquí, sin ninguna pretensión adicional, le ofrezco mi apoyo y le envío todas las fuerzas que sean posibles.

Dicho esto, drogaos lo que queráis. No seré yo, ni nadie, el que prohíba el consumo de ninguna suerte de sustancia que permita la evasión, ni el que siquiera lo rechace moralmente. Pero no os olvidéis de la pastilla roja. Y, si necesitáis ayuda, pedidla. Como ha hecho David. De lo contrario, el azul acabará con vosotros. Tarde, temprano, poco a poco; físicamente, mentalmente, socialmente. No importa cómo, ni cuándo, ni qué: sencillamente acabará con vosotros.

16.06.2017 19:08

Bendita oscuridad. En estos tiempos de color de rosa, de sonrisas, de falsa felicidad, de postureo, de fotos de pies en la playa, mojitos y declaraciones de amor no aptas para diabéticos, agradezco como agua de mayo cada atisbo de oscuridad que encuentro. Y no, no me refiero al terror de cartón piedra que nos venden desde las habituales atalayas cinematográficas: películas de sustos, de desmembramientos hechos por CGI o picos sonoros que provocan sencillamente sobresaltos o, en el mejor de los casos, asco. Nada de eso. Si bien es cierto que la música mantiene cierto nivel de oscuridad gracias al EBM y al hardcore industrial, incluso en esos ambientes encontramos turistas haciendo fotografías y rayos de comercialidad que atraviesan la cota de malla de las tinieblas como flechas y abrasan los ojos luciferinos de los verdaderos acólitos. La estupidez todo lo invade, al cabo, en esta era que nos ha tocado vivir.

Yo no soy persona fácilmente impresionable. Cuando has vivido un concierto de Hocico en directo o te has zambullido en el perturbador pozo del grupo Mayhem para hacer un artículo sobre el suicidio y asesinato de dos de sus miembros; cuando has escuchado EBM demoníaco o has sentido verdadera desesperación con películas como Begotten; cuando has vivido el horror más espantoso en tus propias carnes, pocas cosas son capaces de hacerte reconocer de nuevo la verdadera oscuridad. Pero ocurre. Cuando menos te lo esperas, un engendro del averno emerge de las sombras y se acerca a ti, poco a poco, tomándose su tiempo, clavándote sus ojos de depredador como cuchillas al rojo, paralizándote. Y continúa acercándose, sin freno, sin parangón, atravesando la pantalla del ordenador, sobrepasando el plano bimensional que lo aprisiona, huyendo del videoclip al que pertenece para arrancarte el corazón.

Su creación nos remonta al cercano año 2016. Y a Alemania, en concreto. Mi conocimiento sobre esta criatura y el pequeño mundo que la envuelve no dista más allá de dos semanas, pero su origen es anterior; y no mucho, lo cual resulta sorprendente, habida cuenta de lo expuesto dos párrafos atrás. Aunque, tratándose de Rammstein, todo es posible. Sólo ellos son capaces de entrar en mi selecto grupo de los videoclips legendarios en pleno año 2017.

Rammstein - Mein Herz Brennt

Qué puedo decir de esta banda de metal industrial alemana que no se desprenda ya de su propia discografía. De la potente y profunda voz de Till Lindemann, de sus apocalípticas letras, de la constante controversia que despiertan tanto en la propia Alemania como fuera de ella y, así mismo, de sus siempre siniestros e insolentes videoclips. Llevan desde 1994 golpeando con fuerza el mundo de la música y nada de lo que pueda explicar puede hacer justicia a su ya legendaria leyenda.

Sirva de ejemplo, para que os hagáis una idea de lo rompedor que es Rammstein en el acomplejado Occidente actual, de su contumaz incorrección política y del hecho de que les importe un verdadero bledo lo que puedan pensar de ellos, el videoclip de la versión que hicieron del Stripped de Depeche Mode: Utilizaron imágenes de los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 de la cineasta Leni Riefenstahl. Fueron tildados de nacionalsocialistas para arriba, como imaginaréis, aunque ése nunca fue su propósito, ni debería, a estas alturas, censurarse a una de las mejores cineastas mujeres de la historia como Leni Riefenstahl, pese a su vinculación con el nazismo. De hecho, sus detractores también señalan el peculiar uso que hace Till Lindemann de la letra “r” en sus canciones, que pronuncia de un modo muy marcado y poco habitual en el alemán actual, como un síntoma de su filonazismo, pues Adolf Hitler también hacía uso de esta peculiar pronunciación de la letra “r”. Todo ello no provoca más que estupefacción en el grupo, pues ellos siempre se han considerado, cito textualmente, patriotas de izquierda. Sacad vuestras propias conclusiones.

El caso es que, a mediados del año 2016, salió al mercado una canción que me tiene obsesionado: Mein Herz Brennt. Mi corazón arde, en castellano. La letra evoca un mundo de pesadilla, terrorífico, nocturno, que todos, cuando éramos niños, hemos temido. El monstruo de debajo de la cama. El visitante de dormitorio. Un duende maligno. Unos ojos inyectados en sangre que nos miran con deseo, no carnal, sino cárnico. Una pesadilla de la que no podemos escapar. Y el videoclip, de un modo absolutamente prodigioso, nos transporta a esta pesadilla ancestral, la recrea, nos la muestra: nos devuelve a los terrores nocturnos de la niñez. Los oscuros acordes de los contrabajos que envuelven el estribillo no ponen sino una banda sonora perfecta para esta pesadilla. Nos podemos imaginar chillando, llorando, corriendo. Podemos advertir el olor acre del miedo. El sudor frío que recorre nuestra espalda.

Desde luego, se trata de un videoclip bastante surrealista, por utilizar un término suave, así que lo mejor que podéis hacer es dejar de leerme y verlo. A oscuras, con la música a todo volumen y en una gran pantalla. Dejaos llevar por la laguna Estigia y tocad sin miedo a Caronte. O al homúnculo que, junto con el engendro que tanto terror me causó, os hará caer en lo más profundo de vuestra oscuridad personal.

28.05.2017 12:29

Fiesta. Una palabra, seis letras; y tanto significado. Pienso en el concepto, más allá de las palabras, de la expresión oral y escrita. Una explosión de sensaciones invade mi mente. Fiesta es felicidad. Fiesta es placer. Fiesta es movimiento. Fiesta es olvido. Fiesta es locura. Fiesta es corazón. La fiesta no entiende de razones, sino de pasiones. La fiesta se manifiesta en nuestro cerebro reptiliano, nos transporta a lo más profundo de nuestra psique, lo más básico, lo más animal. La fiesta nos acerca a nuestra verdadera naturaleza y es tan necesaria como comer, beber, respirar y dormir. La fiesta no entiende de razas, no entiende de sexos, no entiende de edades. La fiesta da significado último a nuestras vidas. Para esto has nacido.

Locura. Ese estado mental y físico. Ese absurdo. Esos movimientos sin sentido ejecutados al son de un ritmo, del desenfreno generalizado, que se generan en el alma y se materializan en nuestra sonrisa. Nada importa, sólo tú; obvia a los demás. Si te miran, es porque lo estás haciendo bien. Si te odian, en realidad te envidian. Quieren sentirlo. Quieren volver a sus orígenes. A la matriz, al feto del que emergieron sus emociones, al latido del corazón. Se acelera el ritmo. Te vuelves completamente loco. Sonidos sin sentido. Movimientos irracionales. Rostros alejados de la cordura. Somos animales y nada más. Verdad. Créela.

Baile. No lo puedes evitar. Sólo ocurre, sin más; sin pensarlo, sin desearlo, sin pedirlo, tus pies se mueven, giran, saltan, golpean. Tus brazos, ¿por qué no? Se mueven. Tocan sin tocar. Invocan fuerzas desconocidas. Esgrimen espadas invisibles. Abrazan seres imaginarios. Forcejean. Quieren salir, volar, expandirse. Tu cuerpo, una mera carcasa. Se mueve por mediación de fuerzas que no puedes, ni quieres comprender. Tus ojos. Ven más allá. Más allá del presente, el pasado y el futuro. Observan a su alrededor. Nada importa. Sólo bailas. No hay más. La única coreografía que existe es tu propia mente.

Evasión. Tú eres lo que bailas. La fiesta conduce a la locura, que a su vez conduce al baile, que a su vez te conduce a ninguna parte. No necesitas riquezas, posesiones materiales. No existen las enfermedades, ni el dolor, ni la muerte produce desazón. Fiesta es olvido. Locura sin sentido. Baile sin que importe nada más. Tu vida es un lejano recuerdo. Un lienzo en el que expulsas tus demonios. Ya no estás aquí, ni allí, ni en ninguna parte. Tu corazón late, tus pulmones respiran. Tu mente se funde con el éter.

Fin. Para esto has nacido. Lo demás es secundario. Sonríes. Por fin comprendes. Te entregas a ello. Comienza la fiesta. Suelta la locura. Baila. Huye de todo lo demás. Principio y fin se funden, el tiempo no existe. Sólo tú. La música y tú. Para esto has nacido, y es la única verdad que debes aprehender. No hay más.

RAYATE

05.05.2017 14:49
Hubo un tiempo, por desgracia pretérito, en el que la presentación de un nuevo videoclip musical por televisión era todo un evento. Si bien algunos de estos videoclips no dejaban de ser extractos de un concierto en directo y no te mostraban más que a los artistas tocando la canción, en ocasiones se grababan videoclips verdaderamente elaborados, con guion, actores y extras que simulaban las situaciones planteadas en la canción que presentaba el videoclip, ya sea en un estudio de grabación o en exteriores. Eran películas en miniatura; con la diferencia de que, en las películas, la música acompaña al metraje, mientras que, en los videoclips, es el metraje el que acompaña a la música. Creaban un producto diferente, nuevo, visual, que emergía de una canción concreta pero que adquiría naturaleza propia. Que la completaba. Que, a veces, la sublimaba.
Hablo en pasado, pero debería hablar en presente, pues esta tipología de cortometrajes musicales no ha desaparecido. En absoluto. El concepto continúa vigente y plataformas virtuales como VEVO han recogido el testigo que las televisiones, ya sean generalistas o musicales, han abandonado, pues a fecha actual han centrado su objetivo en programación más rentable. Por tanto, el motivo por el cual utilizó el pasado al referirme a los videoclips no es su actual extinción, sino su cambio de formato. Yo conocí el fenómeno a través de la MTV, a mediados de los 90, y me quedaba literalmente pegado a la televisión alucinando con aquellos videoclips que marcaron mi evolución musical. El clásico lugar común de que los tiempos pasados siempre fueron mejores, ya os imagináis. En fin.
El caso es que algunos videoclips, ya sean pasados o presentes, merecen mención especial y alcanzan, según mi humilde criterio de simple aficionado, categoría de arte; por lo que dedicaré un pequeño espacio de este Blog a señalarlos, presentarlos y elevarlos al Olimpo. Y empezaré esta sección, como no podría ser de otra manera, con el videoclip supremo, aquél que ocupa un lugar de honor en el referido Olimpo de los videoclips: Metallica - All Nightmare Long
A principios de la década de los 80, en la ciudad estadounidense de Los Ángeles, nacía un grupo que iba a revolucionar la música metal: Metallica. Tanto es así que unos simples acordes de Lars Ulrich unidos a la inconfundible y potente voz de James Hetfield son más que suficientes para que identifiquemos a este grupo, considerado uno de los Big Four of Thrash Metal junto con Megadeth, Slayer y Anthrax. Su inventario de éxitos es interminable: “Master of Puppets”, “Sad but True”, “The Unforgiven”, “The Memory Remains”, “Nothing Else Matters”, “One” y, por supuesto, el “All Nigthmare Long”.
 
Quinto sencillo de su noveno álbum de estudio, Death Magnetic, se trata, sin lugar a dudas, de mi canción favorita de este grupo. Cañera de principio a fin, oscura, con una estructura que no deja el más mínimo descanso y una letra devastadora, dedicada a unos seres mitológicos infernales llamados perros de Tíndalos, creados por H.P. Lovecraft, esta canción de Metallica lo tiene todo. Pero es que si la canción ya es suprema, el videoclip sublima y rebasa cualquier límite imaginable. Es puro underground, joder.
 
Todo comienza por el conocido evento de Tunguska de 1908. Varios científicos de la Unión Soviética, en esta realidad paralela creada por el videoclip, se trasladan al lugar de los hechos y descubren que esa brutal explosión desconocida que ha desolado por completo un área de 2.150 km2 la ha provocado un meteorito que ha impactado contra la. El bigotudo científico que nos presenta el videoclip, como si fuera un documental, nos explica que en los restos del cráter formado por el meteorito han descubierto una criatura extraterrestre que genera esporas con una serie de “efectos secundarios”. Realizan varias pruebas y descubren que dicha espora revive organismos muertos; primero un filete de carne, luego un gato. Antes de que la Unión Soviética pueda convertir esta espora en un arma química, estalla la Segunda Guerra Mundial y pierden toda la investigación realizada hasta la fecha; no obstante, finalizada la guerra, logran hallar, de nuevo, un espécimen vivo del extraterrestre de Tunguska en un lago y retoman sus investigaciones, que finalizan satisfactoriamente.
 
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética sólo tenía un competido: Estados Unidos. Su poder militar nuclear no conocía parangón, por lo que había que tomar medidas drásticas para plantarle cara. La Unión Soviética, que aspiraba a la dominación mundial y que abominaba del capitalismo imperialismo americano, ingenió un plan verdaderamente brutal: eliminar todo rastro de vida en las zonas de influencia occidental. Para ello, se valdrían de la espora: La rociarían por todo Occidente a través de globos aerostáticos para que los cadáveres occidentales se levantaran de sus tumbas, invadieran las ciudades, generaran el caos y provocaran un verdadero apocalipsis zombie.
 
Posteriormente, la Unión Soviética sólo debe recoger la vendimia. Continuando con el ataque químico, fumigará todo Occidente con arsénico, para acabar tanto con los zombies como con los vivos, y finalmente purificará todo con fuego. La Unión soviética domina el mundo.
 
Oscura, brutal, intercalando imágenes reales con ficción, así como con simulaciones que utilizan los mismos elementos que en su época utilizó la URSS, este es el videoclip supremo. 
Hubo un tiempo, por desgracia pretérito, en el que la presentación de un nuevo videoclip musical por televisión era todo un evento. Si bien algunos de estos videoclips no dejaban de ser extractos de un concierto en directo y no te mostraban más que a los artistas tocando la canción, en ocasiones se grababan videoclips verdaderamente elaborados, con guion, actores y extras que simulaban las situaciones planteadas en la canción que presentaba el videoclip, ya sea en un estudio de grabación o en exteriores. Eran películas en miniatura; con la diferencia de que, en las películas, la música acompaña al metraje, mientras que, en los videoclips, es el metraje el que acompaña a la música. Creaban un producto diferente, nuevo, visual, que emergía de una canción concreta pero que adquiría naturaleza propia. Que la completaba. Que, a veces, la sublimaba.
 
Hablo en pasado, pero debería hablar en presente, pues esta tipología de cortometrajes musicales no ha desaparecido. En absoluto. El concepto continúa vigente y plataformas virtuales como VEVO han recogido el testigo que las televisiones, ya sean generalistas o musicales, han abandonado, pues a fecha actual han centrado su objetivo en otro tipo de programación cuya calificación me ahorraré. Por tanto, el motivo por el cual utilizó el pasado al referirme a los videoclips no es su actual extinción, sino su cambio de formato. Yo conocí el fenómeno a través de la MTV, a mediados de los 90, y me quedaba literalmente pegado a la televisión alucinando con aquellos videoclips que marcaron mi evolución musical. El clásico lugar común de que los tiempos pasados siempre fueron mejores, ya os imagináis. En fin.
 
El caso es que algunos videoclips, ya sean pasados o presentes, merecen mención especial y alcanzan, según mi humilde criterio de simple aficionado, categoría de arte; por lo que dedicaré un pequeño espacio de este Blog a señalarlos, presentarlos y elevarlos al Olimpo. Y empezaré esta sección, como no podría ser de otra manera, con el videoclip supremo, aquél que ocupa un lugar de honor en el referido Olimpo de los videoclips: 
 
 
A principios de la década de los 80, en la ciudad estadounidense de Los Ángeles, nacía un grupo que iba a revolucionar la música metal: Metallica. Tanto es así que unos simples acordes de Lars Ulrich unidos a la inconfundible y potente voz de James Hetfield son más que suficientes para que identifiquemos a este grupo, considerado uno de los Big Four of Thrash Metal junto con Megadeth, Slayer y Anthrax. Su inventario de éxitos es interminable: “Master of Puppets”, “Sad but True”, “The Unforgiven”, “The Memory Remains”, “Nothing Else Matters”, “One” y, por supuesto, el “All Nigthmare Long”.
Quinto sencillo de su noveno álbum de estudio, Death Magnetic, se trata, sin lugar a dudas, de mi canción favorita de este grupo. Cañera de principio a fin, oscura, con una estructura que no deja el más mínimo descanso y una letra devastadora, dedicada a unos seres mitológicos infernales llamados perros de Tíndalos, creados por H.P. Lovecraft, esta canción de Metallica lo tiene todo. Pero es que si la canción ya es suprema, el videoclip sublima y rebasa cualquier límite imaginable. Es puro underground, joder. Vamos a repasarlo...
Todo comienza por el conocido evento de Tunguska de 1908. Varios científicos de la Unión Soviética, en esta realidad paralela creada por el videoclip, se trasladan al lugar de los hechos y descubren que esa brutal explosión desconocida que ha desolado por completo un área de 2.150 km2 la ha provocado un meteorito que ha impactado contra la Tierra. El bigotudo científico que nos presenta el videoclip, como si fuera un documental, nos explica que en los restos del cráter formado por el meteorito han descubierto una criatura extraterrestre que genera esporas con una serie de “efectos secundarios”. Realizan varias pruebas y descubren que dicha espora revive organismos muertos; primero prueban con un filete de carne, luego con un gato. Los resultados son positivos.
Antes de que la Unión Soviética pueda convertir esta espora en un arma química, estalla la Segunda Guerra Mundial y pierden toda la investigación realizada hasta la fecha. no obstante, finalizada la guerra, logran hallar, de nuevo, un espécimen vivo del extraterrestre de Tunguska en un lago y retoman sus investigaciones, que finalizan satisfactoriamente.
A partir de 1945, la Unión Soviética sólo tenía un competido: Estados Unidos. Su poder militar nuclear no conocía parangón, por lo que había que tomar medidas drásticas para plantarle cara. La Unión Soviética, que aspiraba a la dominación mundial y que abominaba del capitalismo imperialismo americano, ingenió un plan verdaderamente brutal: eliminar todo rastro de vida en las zonas de influencia occidental. Para ello, se valdrían de la espora: La rociarían por todo Occidente a través de globos aerostáticos para que los cadáveres occidentales se levantaran de sus tumbas, invadieran las ciudades, generaran el caos y provocaran un verdadero apocalipsis zombie.
Posteriormente, la Unión Soviética sólo debe recoger la vendimia. Continuando con el ataque químico, fumigará todo Occidente con arsénico, para acabar tanto con los zombies como con los vivos, y finalmente purificará todo con fuego. La Unión soviética domina el mundo. 
Creo que pocas veces una historia de ficción me ha alucinado tanto como este videoclip de apenas 8 minutos de duración. Por desgracia, me llama tanto la atención por su aterradora visión del hombre, por mostrar lo que sería capaz de hacer un gobierno tiránico con un arma biológica definitiva. Oscura, realista, realizada en formato documental, intercalando imágenes reales con grabaciones producidas para el videoclip, introduciendo simulaciones generadas por ordenador con elementos propios de la Unión Soviética, utilizando su simbología y ambientación… en fin, es absolutamente espectacular. El videoclip supremo.
 

Y qué decir del final… quizás la espora se les fuera de las manos… resucitando a un hombre decapitado…

22.04.2017 10:16

Corría el año 1980 en la ciudad condal. Un joven nacido en Asturias pero que llevaba más de una década en Barcelona se encaminó, de conformidad con la legislación vigente, a inscribirse en el servicio militar obligatorio, vulgarmente conocido como “la mili”. Acababa de echarse una novia guapa, universitaria y que iba a ser la madre de sus hijos, así que no tenía ningunas ganas de ser destinado a Madrid, Málaga, Almería o peor, a Ceuta o Melilla. Cabía esa posibilidad, por supuesto, pues como soldado no tienes disponibilidad territorial: te envían donde quieren según sus propios criterios. Así que este joven, de nombre Alfredo, hizo una promesa: Si me toca comerme los doce meses de mili en Barcelona, me dejo bigote.  Lo prometió con determinación, aunque podría decirse que hacía algo de trampa, pues su padre, Antonio, lo llevaba bien recio; y su hermano mayor también lo portaba. Seguramente se lo habría dejado igualmente, aunque lo hubieran destinado a Cáceres. Pero el caso es que, bingo, su destino fue el Cuartel del Bruch, en Barcelona. Habemus mostachus.

Años más tarde, este joven se casó con su novia de entonces y, a mediados del año 1985, tuvo su primer vástago. Un niño que estaba llamado a ser un tipo cojonudo. Un niño guapo, inteligente, avispado… esto… bueno, sí, soy yo. Todavía me quedan mis dos abuelas, pero nunca está de más inocularse de manera gratuita un poco de autoestima de vez en cuando. Y este niño, de felicidad extrema, ajeno al mundo despiadado que poco a poco le iría agriando el carácter y causándole una cruda lucidez, creció bajo la sombra de ese bigote. De hecho, según me han contado, pues no lo recuerdo, rompí a llorar amargamente un día que mi padre, por un fallo de acondicionamiento mostachesco, se lo tuvo que quitar. Ese no era mi padre, joder. Mi padre era aquel bigote que siempre me sonreía; aquel bigote que, al torcerse, acojonaba de lo lindo; aquel bigote que lucía espuma de cerveza mientras comíamos en familia.

Con el paso de los años, siempre me fijaba en la gente con bigote. Me recordaban a mi padre. Seguro que alguno de esos tipos era un completo malnacido, pero a mí me caían bien porque tenían bigote. Y punto. Por general eran completos desconocidos, familiares o conocidos, pero hasta que no alcancé cierta madurez intelectual no empecé a conocer a algún bigotudo en profundidad. El primero de ellos fue Freddie Mercury. Mi padre era un gran aficionado a Queen, así que en mi casa, todos los domingos, mientras limpiaban la casa, sonaban los grandes éxitos de Queen en el reproductor de música. Yo me quedaba sentado en el suelo, escuchando aquella voz profunda, potente, sensible. Son recuerdos muy vividos, os lo aseguro, y no puedo evitar que una sensación de melancolía recorra todo mi cuerpo. Cuando, de pequeño, me enteré de que el cantante había muerto hacía muy poco, me quedé muy parado. ¿Ya no hará más música?, me preguntaba. No era justo. Recuerdo verlo en el videoclip de Who wants to live forever, tan etéreo, tan sublime, tan enorme, y no creer que alguien así pudiera morir. Pero el gusto por la música germinó en mí gracias a él, añadiendo un bigote adicional al de mi padre a mi zurrón personal. Y Freddie Mercury, o mejor dicho, su obra, es hoy inmortal.

Posteriormente, ya con pelo en los aparejos, conocí a otro bigotón sublime: Friedrich Nietzsche. Ese loco filósofo fue a irrumpir en mi vida en un momento muy necesario de mi adolescencia en el que necesitaba construir mi propio sistema de valores, pues me hallaba perdido: se dedicó a derribar todo lo que yo creía saber. El nihilismo es un mal necesario para poder reconstruirte sobre sólidos cimientos. Olvidar la filosofía de vida que se te había inculcado por mediación de la televisión, el colegio, la calle y otros focos perniciosos, para renacer como una persona adulta con sus propias convicciones. Evidentemente, la influencia del primer bigotudo nunca se fue, siempre se quedó; esos son los cimientos básicos. La argamasa. Pero hoy en día soy lo que soy gracias a que el bueno de Federico me pegó un puñetazo en el estómago con su filosofía.

Como persona, por eso, no tenía nada que ver con mi padre. No era una persona a la que admirar. De hecho, se conoce que acabó sus días en un sanatorio mental y que influenció numerosas ideologías que, durante el siglo XX, iban a causar muchos trastornos políticos y sociales. Así mismo, su amante era su propia hermana. Todo un personaje, desde luego. Y su bigote, ay, su bigote. Aquello sí que era fascinante. Un mostacho propio de una morsa, gigante, abultado, que le ocultaba prácticamente todo el labio superior. De hecho, si giraba una esquina, veías antes su bigote que su nariz. Pardiez, aquello sí que era un bigote. No se trataba de una pequeña franja de pelo, sino como una especie de cobaya despeinada pegada bajo su nariz. Maravilloso.

Friedrich Nietzsche, junto a otros personajes, me hicieron fijarme en Alemania como referente cultural. Y, sorpresivamente, al revisar el siglo XIX alemán, apareció otro bigotudo alucinante: Otto Von Bismarck. Su aspecto imponente, su traje militar, su casco prusiano, su poblado bigote que le llegaba hasta el mentón y su mano de hierro me dejaron absolutamente prendado de su figura. Leí su biografía, me empapé del Segundo Imperio Alemán y me imaginé coronando al Emperador Guillermo I de Alemania en el palacio de Versalles tras haberle arrebatado a los franceses Alsacia y Lorena en 1885. Opulento personaje, fruto de una época gloriosa, fue uno de los principales responsables de mi pertinaz interés por la historia. Aunque no el único.

Juan Antonio Cebrián entró en mi vida gracias al insomnio. He pasado muchas noches sin dormir, dando vueltas, pasando calor y acabando levantado frente al ordenador, sin saber qué demonios hacer para yacer en los brazos de Morfeo. Descubrí que la radio era un somnífero espectacular, así que un día topé con Onda Cero y con el programa de La Rosa de los Vientos. El enganche fue instantáneo. Junto con sus fieles colaboradores, Juan Antonio creaba una atmósfera de cultura infinita y tanto te daba lecciones de historia de España como te mostraba un hecho insólito, te transportaba a un lugar de poder o te hacía estremecerte con historias de asesinos en serie. Al principio sólo conocía su voz, claro, pero me interesé por la persona y descubrí que, en efecto, ¡él también tenía bigote! Otro más. Hoy en día, más de quince años tras el descubrimiento de su programa, todavía paso noches escuchando su voz.

Así que sí, puedo asegurar que las personas que más han influido en mí personalidad actual llevaban bigote. No sé si hay alguna relación, no sé qué efluvios místicos emanan del pelo que emerge bajo la nariz, pero el hecho cierto es que esos poderosos bigotes hicieron de mí el hombre que soy hoy en día. Y, a pesar de que ahora mismo todos esos bigotes hayan dejado este valle de lágrimas que es la vida, siempre permanecerán no sólo en mi memoria, no sólo en mis recuerdos o pensamientos, sino en mí mismo. Soy el bigote de mi padre, el de mi abuelo, el de Freddie y el de Juan Antonio. Y el de todos los demás. Todo ello a pesar de que un servidor no lo luzca físicamente, pues lo intenté durante un año contra viento y marea para acabar cediendo por la barba completa. Pero noto su poder. Lo atesoro como símbolo; ojo, como como símbolo hípster, ni como la payasada esa de dejarse el bigote en noviembre, ni como moda pasajera, sino como homenaje a todas esas personas que me permitieron subirme a sus hombros de gigante.

06.04.2017 17:19

Por lo general solemos desconocer en absoluto el coste total, tanto en tiempo como en materiales, personas, conocimiento, creación, finalización, detalle y configuración de cualquier producto terminado. No es algo que merezca recriminación de ningún tipo, sino que, lógicamente, cuando tú adquieres un producto, lo haces por su utilidad y por su precio económico, amén de otras circunstancias externas, puesto que en una sociedad tan especializada como la actual, no necesitas saber su origen, las personas que han intervenido en su creación, su proceso de creación o el conocimiento que ha permitido la existencia de dicho producto; tú lo necesitas, o lo quieres, y lo adquieres por sus concretas características. Punto. Profundizar en el producto hasta conocer sus últimos detalles, hoy en día, es cosa más de la curiosidad o de la búsqueda del conocimiento per se, que una cuestión de pura necesidad. Y no nos engañemos, el hombre, como la naturaleza, siempre recorre el camino de menor presión; y si no necesita saber algo, lo suele desconocer.

Desde una perspectiva moral, podemos despreciar un producto que es consecuencia de un proceso de esclavitud, como algún tipo de vestimenta, o que se consigue tras el maltrato extremo de algún animal, como el paté, sin ir más lejos. Desde una perspectiva médica, podemos conocer que el embutido tiene trazas de productos lácticos, si somos intolerantes a la lactosa, o haber averiguado que tal o cual bebida energética contiene ingentes cantidades de glucosa con el fin de evitar infartos prematuros. Desde una perspectiva puramente científica, podemos conocer el funcionamiento interno de un reloj, pues como a mi padre, nos puede gustar desmontarlo y volverlo a ensamblar, o podemos saber hasta el más mínimo detalle del motor de un vehículo a para discutir sobre Fórmula 1. Pero todo ello sólo busca satisfacer una necesidad, adicional a la principal, que hemos creado en base a nuestra personalidad o características concretas. Por lo general, no tenemos ni la más remota idea del proceso de creación de cualquier producto terminado. Y estas particulares circunstancias no niegan el axioma principal.

Es cierto que conozco bastante personas muy críticas con esta falta de curiosidad, pero es que si vives en Barcelona en el año 2017, no necesitas saber cómo se sala un jamón, cómo se siembra el trigo o cómo demonios se coge un azada; del mismo modo que si viviéramos en la Barcelona del año 1850, necesitaríamos saber todo ello, pero no cómo funciona un coche o cómo navegar por Internet. Somos producto, valga la redundancia, de nuestra época, y no podemos evitar amoldar nuestro conocimiento concreto al tiempo y el espacio que nos ha tocado vivir.

Así que cuando me planteé explicaros el proceso de creación de un podcast, nunca pensé ir más allá de satisfacer una eventual curiosidad sobre este tema. A un oyente random, le dará lo mismo si me he estado una o catorce horas preparando un programa de radio; le interesará si le gusta, o no. Tampoco pretendo poner en valor mi tiempo, como señalando la bondad de mi producto en base al tiempo dedicado o el esfuerzo empleado: como digo, si el producto es una mierda, de nada sirve que me haya pasado varias semanas recluido en su preparación. No obstante, puede despertar curiosidad, como en ocasiones me han manifestado algunas personas en una reunión de amigos o en una conversación cualquiera. A la vista de ello, y teniendo en cuenta que fui recopilando datos durante la creación de mi podcast nº 50 para tener bien documentado mi proceso de elaboración de un programa de radio bastante complejo y que por tanto requiere un esfuerzo adicional, procedo a ponerlo en vuestro conocimiento mediante un análisis pormenorizado de ésos que me gustan tanto; deformación profesional, al cabo.

La fecha elegida para abriros una ventana a la maquinaria interna de Granollers On Fire tampoco es baladí, por cierto: hoy hace 5 años exactos que subí mi primer podcast a Internet. 5 años, 50 programas, en fin, a veces me da por el simbolismo, aunque en el fondo no crea en ello. Y como mi economía no me permite sortear un crucero por los fiordos noruegos ni un lote con embutido y vino -teniendo en cuenta que seguramente sólo me apuntaría yo, pero ese es otro asunto-, homenajeo la efeméride a mi modo: pegándoos un ladrillazo:

 

1.- Elección de temática y tareas de creatividad en abstracto (0:10 horas)

Normalmente, las temáticas surgen de la manera más aleatoria: mientras camino por la calle, antes de dormirme, mientras escucho una canción, en la ducha, etc. En los momentos más cotidianos. Determinar la temática no es complejo y es un pensamiento casi instantáneo; lo problemático es convertir la idea en un proyecto. Pasar de la temática general a su ejecución concreta. Ello conlleva una tarea de creatividad consistente en organizar el programa de radio en función a la temática: compartimentar el programa, tomar decisiones de edición, formato general, trazar un desarrollo en base a un objetivo y fijar las trazas generales del podcast. Pueden ser cuatro o cinco apuntes, varias ideas subordinadas a la temática o incluso un pequeño guión compuesto por puntos genéricos.

 

2.- Búsqueda de música adecuada para el programa (12:00 horas)

Con la música y el guion siempre me planteo lo mismo: ¿qué fue antes, el huevo o la gallina? Sí, ya lo sé, desde hace tiempo se dispone de la respuesta: los animales ovíparos son muy anteriores a la existencia de las gallinas; pero el concepto continúa siendo de utilidad: ¿qué es causa y qué efecto? Habitualmente, como suelo hacer programas que repasan un sello o tienen una temática concreta, la música suele ser anterior a la creación del guion, que hago en base a ésta; pero no siempre es así. Y en este podcast nº 50, realmente, no sabría determinarlo.

El caso es que comenzaremos por la música por una cuestión puramente sistemática. Y es que aunque yo intento cargar de información mis programas de radio y hacerlos amenos a la escucha, no dejan de ser programas musicales y la música juega un papel central.

Y puestos en materia, seguramente os preguntaréis, ¿¡doce horas!? No te lo crees ni tú. Pues sí, es cierto. Doce horas. Pero claro, todo tiene sus matices. Siempre aprovecho los podcast para descubrir nueva música, bucear por internet, hacer criba, analizar, escuchar un sello en su totalidad, entre otras muchas tareas relacionadas. Vamos, que no es que me haya pasado doce horas completas seleccionando veinte canciones pensando única y exclusivamente en el podcast. Aprovecho que el Pisuerga pasa por Valladolid. Soy perfeccionista, pero todavía no estoy loco. O no del todo. Estas doce horas se dividen del siguiente modo:

2.1.- Música de los años 80 (6:00 horas)

Una de las ideas que surgieron durante el proceso de creación fue la inclusión de canciones de muy diversa naturaleza dentro del podcast. Sí, se llama Synthpoping in the 80’s, pero esta década es demasiado rica como para centrarse sólo en el synthpop, así que traté de ingeniar un guion que incluyera rock, pop español, metal, música instrumental, alguna balada incluso; y, por supuesto, algunos temas de uno de mis grupos favoritos: Queen. Y eso me llevó mucho más tiempo que una pura selección de temas de mi carpeta de Electropop 80’s.

Gracias a algunas listas de reproducción de la plataforma Youtube, al llegar de trabajar los días de cada día, me dedicaba a escuchar cientos y cientos de temas de la época mientras hacía otras cosas, a fin de seleccionar canciones adecuadas para el podcast y, de paso, aumentar mi ya extensa carpeta de música. Por ejemplo, algunas canciones ya las tenía seleccionadas de manera previa, como el Shoot to thrill de AC/DC, pero buceé por el rock ochentero a ver si encontraba algo más brutal y cañero todavía, redescubriendo a Iron Maiden, profundizando en la discografía de The Ramones o encontrando la canción de Beds are burning, de Midnigth oil, que conocía desde hacía años pero desconocía su título. Lo mismo me ocurrió con el pop español de los 80: tuve que hacer una criba espectacular para seleccionar canciones que fueran infames para mi alter ego ochentero, Ricardo, pero que fueran audibles. Que cruzaran el abismo sin caer por alguno de los dos lados de la cuerda ficticia. Aunque el momento estelar lo alcancé al descubrir el Dan Harrow - Catch The Fox, que me hizo bailar en el pasillo con el pijama y las zapatillas como si estuviera en el Studio 54.

Por mediación de este proceso, seleccioné más de 15 canciones y aumenté mi acerbo musical en más de 50, por lo que claro, como siempre aprovecho los podcast para ello, las horas dedicadas merecen esta nota a pie de página.

2.2.- Efectos de sonido (1:30 horas)

Como ya he comentado antes de iniciar este análisis, el podcast de Synthpoping in the 80’s tiene una complejidad añadida: pretende simular un día en los años 80, con anuncios de la época, vehículos, cintas de cassete y vinilos, cenas en el bar, periódicos, noticias, etcétera. No es una simulación únicamente musical, sino que pretende crear un ambiente completo que nos sumerja de cabeza en los años 80. Y eso, como imaginaréis, requiere añadir a la música y a mi propia voz una suerte de efectos de sonido que consigan crear esta atmósfera. Y si mi novia conduce un Citroën CX, el efecto de sonido del motor debe ser el de un Citroën CX. Y el claxon.

Internet me ha proporcionado todo lo que necesitaba, así que, ciertamente, la tarea ha sido más de búsqueda que de creación propia. Búsqueda que iba efectuando, esta vez sí, según exigencias del guion y a salto de mata, pero cuya temporización he ido consignando hasta alcanzar la hora y media. En total, 21 efectos de sonido, con su propia nomenclatura dentro del guion. ¡Y extractos de la película Beetlejuice!

2.3.- Techno ochentero (3:00 horas)

Con la música, siempre, sepas lo que sepas, conozcas lo que conozcas, resulta de aplicación el dicho socrático de que sólo sabes que no sabes nada. Y habida cuenta de la existencia de una absolutamente interminable música electrónica, desconfiad de cualquiera que os dice que sabe mucho de electrónica. Sabrá bastante de un estilo concreto en una época concreta, o de varios estilos en varias épocas, pero tener un conocimiento profundo de toda la música electrónica es imposible, literalmente.

Por ello, cuando me planteé que mi protagonista, su novia y sus amigos iban a pegarse una fiesta techno en el mítico KGB barcelonés, así, en abstracto, no caí en la cuenta de que no tenía, ni tengo, ni puta idea de techno de aquella época. Sí, a ver, conocía el The KLF - What Time Is Love y algunos temas de la época, pero poco más… con ello no podía hacer ni una mísera mezcla. Ningún problema, oigan. Internet, como siempre, es la herramienta suprema; siempre que se sepa utiliza, claro.

Pasé una tarde de domingo buceando por listas de reproducción de Youtube, por la maravillosa e imprescindible web www.discogs.com, por foros de electrónica, e incluso preguntando a personas que vivieron aquella época hasta conseguir que mi mujer casi me echara de casa por taladrarle la cabeza hasta niveles exagerados y recopilar unos 20 temas que me permitirían hacer una sesión en condiciones. Una píldora techno. Ahí es nada.

2.4.- PIL-OLD.1989 (TECH) (1:30 horas)

Preparar una sesión con temas absolutamente desconocidos, tanto en su estructura interna como en sus eventuales extravagancias rítmicas, y tratar de encontrar las mezclas adecuadas, requiere un esfuerzo de preparación previa pese a que la sesión que pretendas realizar tenga una duración de un cuarto de hora, como es el caso. Una vez seleccionadas las canciones, determinadas las mezclas y realizadas las tareas de ecualización, la grabación de la misma, naturalmente, me llevó el mismo tiempo que su duración final. Disfruté como cerdo en piara, ni que decirlo tiene, pues era música completamente nueva para mí, aunque tuviera tantos años como yo. Mi mujer, mientras tanto, iba preparando la maleta para echarme de mi casa, pero conseguí persuadirla. Y que incluso participara en la grabación.

 

3.- Guion (2:00 horas)

El guion de un programa de radio dedicado en exclusiva a la música no requiere un esfuerzo adicional más allá de realizar un mínimo trabajo de investigación y recopilación de datos. Por lo general, cuanto menos suene tu voz, mejor, y cuantos menos datos des, todavía mejor. Lo que ofrezcas tiene que ser poco, sencillo, interesante y limitado; de lo contrario, te conviertes en un peñazo. En este caso, me remito a la explicación que he realizado en la introducción del artículo: el ser humano busca la simpleza. Por ello, un podcast dedicado a un sello musical, por ejemplo, requiere un guion sencillo que contenga efemérides y que vaya acompañando a la música pero sin resultar cargante. El trabajo de coherencia interna del guion viene determinado por la ordenación musical, y no al revés, por lo que en este caso el guion queda supeditado a la música.

Pero como he dicho anteriormente, el programa de Synthpoping in the 80’s funciona de un modo completamente distinto. Simular el día de un fiestero ochentero desde que se levanta hasta que sus piernas desfallecen de tanto bailar a las tantas de la noche necesita un tratamiento especial. De hecho, en este programa nº 50, nos despertamos con Ricardo, con una resaca monumental; nos duchamos; comemos lentejas mientras vemos una película; vamos en coche a una fiesta privada; cenamos un lomo con queso en una reputada hamburguesería; nos emborrachamos en un pub y nos pegamos la fiesta en el KGB. No se trata sólo de acompañar la música, sino vivir en primera persona un día completo de esta mágica década y adaptarlo al formato radiofónico. Y ello lleva su tiempo, os lo aseguro.

He de agradecer a mi mujer sus consejos, que me hicieron realizar giros argumentales importantes que han resultado mucho más eficaces que los que yo tenía previstos. El feedback, que casi siempre reclamo y casi nunca consigo, es una de las mejores herramientas para mejorar el producto.

 

4.- Grabación podcast (4:00 horas)

La grabación de un podcast random no necesita prácticamente arreglos especiales, más allá de controlar los volúmenes de las canciones y retocar mi voz o repetir un speech concreto por problemas de dicción o exceso de velocidad en el habla. El hecho de que el podcast se grabe en fases y no en un directo al uso me permite realizar estas mejoras que, de lo contrario, serían imposibles de hacer.

En el particular supuesto del podcast de Synthpoping in the 80’s, la grabación del programa ha sido algo más compleja, pues no se trata únicamente de mezclar música con mi propia voz, sino que he tenido que modular diversos efectos de sonido tanto en volumen como en ecualización, buscando, como habitualmente, evitar los cambios bruscos y tratando de encontrar una coherencia sonora. Teniendo en cuenta que, en determinados momentos, han estado sonando al mismo tiempo mi propia voz, una canción de fondo y hasta tres tipos de efectos de sonido diferentes, os podéis imaginar que el trabajo de edición ha sido bastante complejo, pero el resultado final justifica el tiempo invertido.

Así mismo, esta segunda edición de Synthpoping in the 80’s cuenta con un hecho insólito no sólo en esta serie de programas, sino en todos los programas de Granollers on Fire: he incluido una voz adicional, a saber, la de mi mujer, Elisenda. Me costó lo mío, no os penséis, y más después de taladrarle los oídos con techno ochentero, pero con tesón, lo conseguí. Su participación es limitada, podría decirse que casi testimonial, pero le da un toque especial a mis habituales podcast monocromáticos. Detalles que hacen a este cincuenteavo podcast único en su especie.

 

5.- Revisión final (0:30 horas)

Una de mis habituales obsesiones cada vez que grabo un podcast es tratar de nivelar los volúmenes de todas las canciones que suenan en el programa prácticamente al microdecibelio, si es que existe esa palabra. Lo mismo me ocurre con las sesiones de mezclas y os aseguro que muchas veces he llegado a niveles enfermizos, pero es que pocas cosas me dan más rabia que una mezcla mal ecualizada o con los volúmenes desnivelados. En una grabación en directo, esto es inevitable; pero cuando grabas un programa de radio en diferido, las correcciones posteriores son posibles y, por tanto, la búsqueda de un volumen absolutamente constante es perfectamente factible. Esto lleva tiempo, os lo aseguro.

A la corrección de volumen se debe añadir la escucha de los speeches de voz, en busca de fallos, la comprobación de la inexistencia de espacios en blanco y verificar que la mezcla total adolece de fallos de posicionamiento de cada uno de los partners. En fin, un puto coñazo, pero necesario.

 

6.- Introducción de metadatos (0:02 horas)

Una vez está todo listo, es preciso introducir datos en el tag del archivo de mp3. Estilo, Álbum, número de pista, página web, imagen… en definitiva, todos aquellos datos que permiten identificar la canción y vincularla al resto de podcast y a la página web.

 

En consecuencia de todo lo antedicho, puedo concluir que he dedicado 18 horas y 42 minutos en la creación, grabación y cierre del Granollers On Fire (#032) - Synthpoping in the 80’s (II). Vamos, que he dedicado una media de 16 minutos a cada minuto de grabación de los 69 que dura el programa. Puede parecer una locura y, de hecho, si analizamos la repercusión pública del podcast -23 descargas y reproducciones online, 118 visitas a la subpágina web dedicada a este programa y un alcance, en Facebook, de 214 personas-, es para echarse a llorar en una esquina.

Pero no. Yo no hago mis programas de radio para que nadie me dé una palmadita en la espalda. Yo no vendo coches usados ni busco hacer negocio. Yo no quiero que la Generalitat de Catalunya me dé dinero por poner publicidad en uno de los programas. Yo no espero nada y, por ello, cualquier recepción que tenga uno de los podcast la valoro por sí misma, no en base a comparativas de rendimiento o visitas a mi página web. Eso, sinceramente, me importa un pimiento. Si consigo entretener a alguien, si consigo que sonriáis con alguna broma, si os hago disfrutar con una canción o una mezcla, si os ofrezco información interesante, si os hago bailar mentalmente o imaginaros en una discoteca gastando zapatilla o incluso si utilizáis mis programas para resolver problemas de estreñimiento, me doy por satisfecho y por cumplida la única labor que pretendo.

Al cabo, esto lo hago porque quiero, porque me gusta, porque disfruto, porque es mi hobbie. Y, por encima de todo, por la música.

26.02.2017 02:24
He llegado a odiarla. Lo juro. Imagino que son gajes del oficio y que nada tiene que ver la calidad intrínseca de la canción, que desde luego tiene gran factura: lleva nada menos que el marchamo de Rubén Moreno, más conocido como DJ Ruboy. Pero da rabia. Mucha. Toca los cojones. Molesta bastante, por no decir que ataca los nervios, las miradas de soslayo que te regalan algunos amigos o compañeros; ese guiño de ojo, como diciendo, esto es lo tuyo, chaval; ese baile ofensivo que se reproduce torpemente tras haberlo atisbado en algún gañán; ese puto compadreo que se podría ahorrar el próximo y la madre que lo parió. Canción que conoce hasta mi abuela y que produce una falsa sensación de modernez en algunos personajes que moran ya en el otoño de sus vidas. Esas cosas, entre otras, son las gracias y desgracias del Flying Free. Volando libre, en cristiano. Cuarto volumen de la discoteca Pont Aeri. 
 
Las sensaciones son encontradas, por supuesto. No puedo sino sentir algo en el estómago cada vez que escucho las primeras notas de su piano. Se me eriza la piel, quiera o no quiera. Es parte de mi vida. Me trae recuerdos de mi adolescencia, imágenes de un servidor con un walkman, en el coche de sus padres, soñando con discotecas supremas. Vívidos pasajes en los que me encuentro, años después, bailando esa canción en aquella maravillosa discoteca, desgañitándome y haciendo las clásicas alas del Pont Aeri con las manos. When the stars beging to shine, etcétera. Dando el todo por el todo. Bailando como si no existiera más en el mundo que aquella parroquia de fiesteros con los hermamos Escudero como sacerdotes y la makina como salvación eterna. Puede sonar sectario, pero joder, sólo puede entenderlo quien lo ha vivido. Quien ha sentido. Quién ha amado tanto esa música. 
 
Conozco mucha gente del mundillo que siempre se ha sentido más representada con otras discotecas, como el Xque? o Chasis, por ejemplo; pero yo siempre he sentido una especial debilidad hacia Pont Aeri. No en vano, una de las primeras canciones makineras que llegó a mis oídos fue, precisamente, el segundo volumen de esta discoteca: The Countdown. La cosa viene de lejos, por tanto. De 1995. Y todavía, a fecha de hoy, llevo el llavero de la discoteca siempre conmigo, escucho sus sesiones de camino al trabajo, me emociono como el primer día con algunas mezclas, conservo las camisetas y el merchandising de la sala como si fueren reliquias y sonrío cada vez que veo, en cualquier parte, las inmortales alas de Pont Aeri. Forma parte de mí.
 
Soy consciente, y entiendo, la leyenda negra que ha acompañado a las salas makineras. Por desgracia, las leyendas tienen parte de razón, y en este caso, más de la que reconoceré en público. La parroquia de Pont Aeri, en efecto, estaba compuesta en gran porcentaje de lo mejor de cada casa: pelaos sin oficio ni beneficio, droga a espuertas, carne de presidio, gitanos, purria de la peor clase y delincuentes en potencia o en esencia. Y sí, las peleas eran constantes. No es algo que vaya a justificar, ni de lo que me haya agradado formar parte en modo alguno, pese a que tenga el curioso don de hacer amigos hasta en el Infierno, pero así es y negarlo no ayuda a comprender el fenómeno. Toda moneda tiene su cruz.
 
Con esos antecedentes, esto es, con mi vínculo sentimental hacia esa discoteca y las oscuras oquedades del mundillo makinero, llamarse como tal siempre ha sido objeto de controversia. Desde curiosidad a rechazo, siempre he tenido que escuchar opiniones de toda clase. A mí siempre me ha importado un rábano lo que opinaran los demás de mí. Pero os lo juro, prefiero mil veces al que me rechaza o me llama pastillero, pese a no haber tomado un servidor más pastillas que ibuprofenos y paracetamoles, a que me vengan con compadreos o guiños de ojo. Y eso es algo que debo, bueno, que debemos todos los que nos encontramos en esta situación, al archiconocido Flying Free.
 
A mediados del año 1999, a pocos meses de cambiar de año, década, siglo y milenio, salía por el Sello Bit Music su vinilo número 364: Pont Aeri vol. 4 - Flying Free. Producido por uno de los mejores productores de música electrónica de este país, Rubén Moreno, y con la voz de una cantante inglesa residente en Barcelona llamada Mariam Dacal, que ya había participado en otras producciones makineras; con un estribillo pegadizo y rompedor, un estilo comercial y el marchamo de Pont Aeri, la canción tenía todas las características para triunfar. Pero dudo mucho que ninguno de los participantes en su producción tuviera la más mínima idea de cómo se iban a desarrollar los acontecimientos. Su fama comenzó a extenderse como la pólvora por toda España, ya no sólo en discotecas de electrónica, sino de cualquier clase, y no tardó en sonar en toda Europa. Se vendieron cientos de miles de discos por todo el planeta. La makina, tras la decadencia de la Ruta, volvía a estar de moda. Si mi permitís la figura retórica, la makina abrió sus alas y voló todo lo que quiso, libre, sin limitaciones ni cortapisas. Flying free…
 
El fenómeno fue curioso. Yo, que como ya he dicho en varias ocasiones, era makinero desde 1995 y me dedicaba a escuchar la radio, comprar discos makineros y soñar con pisar Pont Aeri, era rara avis entre seguidores de las Spice Girls, del chaval de la Peca, o de pachangueo random y pop español; y, de pronto, pasé a verme envuelto de makineros de nuevo cuño. Cojones, pensaba. Esto es la hostia. Siempre he odiado las modas, pero cuando éstas vienen a mí, el odio se relativiza, por puro interés. Todo eran Alphas, tejanos ajustados y sudaderas Lonsdale. Peña que me venía a pedir cd’s, que me empezaba a llamar “el dj”, que me pedía mezclas con tal o cual canción. Hinchado como un palomo, yo me las daba de ducho en la materia, aunque no supiera una puta mierda; pero ya se sabe, en el país de los ciegos, el tuerto es el rey. Y lo era, joder. Feel the extasy…
 
Comenzaron a salir tres o cuatro discos semanales. Bit Music echaba humo. Cientos de chavales contactaban con su productor favorito para que les hiciera un disco. Anuncios por doquier. Mezclas en directo en televisión con DJ Neil presentando a las parejas de moda: Pastis y Buenri, por un lado, y Metralla y Skudero, por el otro. Hasta videoclips salieron. Todo el mundo parecía embriagado por la makina. Estábamos en la puta cresta de la ola. It’s a place to be, dj’s factory…
 
Pero, como era de esperar, el vuelo de la makina fue gallináceo. Poco a poco, la moda fue virando, mercenaria como es, hacia otros estilos. Casi sin darme cuenta, aquellos makineros de nuevo cuño pasaron a cambiar Alpha por chaqueta pija, tejanos arrapados por tejanos caídos y rotos, sudaderas Londsdale y Fred Perry por polos de Dolce & Gabanna. Y yo volví a convertir, de nuevo, en rara avis: con mis tejanos, mis camisetas y mis bambas. Se acabó lo que se daba. 
 
De la hogaza sólo quedaron migajas, que se repartieron en el mundillo con danza de navajazos por la espalda (retóricos, no jodáis) y mucha desvergüenza. Sólo aquellos que tenían fiel parroquia y ostentaban cierta seriedad en el manejo del negocio aguantaron, hasta que no se pudo más. Y así llegamos hasta hoy en día, quedando todo en pura nostalgia de unos pocos. En fiestas privadas. En festivales puntuales. Y en los putos guiños de ojo que comentábamos al principio.
En el fondo, le debo mucho al Flying Free. Le debemos mucho. Durante unos pocos años, fuimos punta de lanza del mundo de la electrónica. Es cierto que la comercialidad ganó mucho terreno durante ese periodo y que salieron discos verdaderamente infames, vendiendo cantidad por calidad. También es cierto que cuando más se sube, más profunda es la caída y la resaca de la fama fue demasiado dura. Pero que nos quiten lo bailado, literalmente. 
 
Así que, parafraseando nada menos que a Don Fransisco de Quevedo, con su satírico poema de Gracias y desgracias del ojo del culo, que recomiendo encarecidamente, nos encontramos ante una canción que ha traído mucha gloria y mucha infamia. Gloria, en tanto nos elevó a los altares de la electrónica durante casi un lustro; infamia, en tanto tenemos que soportar que un makinero de los que lo fueron por moda, un coetáneo que escucha campanas y no sabe donde, un viejuno que te da un codazo amistoso o una chica que imita a Edu Soto y su nen de Castefa mientras te mira a los ojos como diciendo, mira, soy como tú, nos vengan a tocar los cojones con su condescendencia, compadreo y necedad. Que os den por el culo, rancios.
 
En fin, malditas modas. La mochila de la comercialidad. Pero no es óbice para que, since 1992, hayamos hecho historia.
He llegado a odiarla. Lo juro. Imagino que son gajes del oficio y que nada tiene que ver la calidad intrínseca de la canción, que desde luego tiene gran factura: lleva nada menos que el marchamo de Rubén Moreno, más conocido como DJ Ruboy. Pero da rabia. Mucha. Toca los cojones. Molesta bastante, por no decir que ataca los nervios, las miradas de soslayo que te regalan algunos amigos o compañeros; ese guiño de ojo, como diciendo, esto es lo tuyo, chaval; ese baile ofensivo que se reproduce torpemente tras haberlo atisbado en algún gañán; ese puto compadreo que se podría ahorrar el próximo y la madre que lo parió. Canción que conoce hasta mi abuela y que produce una falsa sensación de modernez en algunos personajes que moran ya en el otoño de sus vidas. Y que suena hasta en una comunión. Esas cosas, entre otras, son las gracias y desgracias del Flying Free. Volando libre, en cristiano. Cuarto volumen de la discoteca Pont Aeri
 
Las sensaciones son encontradas, por supuesto. No puedo sino sentir algo en el estómago cada vez que escucho las primeras notas de su piano. Se me eriza la piel, quiera o no quiera. Es parte de mi vida. Me trae recuerdos de mi adolescencia, imágenes de un servidor con un walkman, en el coche de sus padres, soñando con discotecas supremas. Vívidos pasajes en los que me encuentro, años después, bailando esa canción en aquella maravillosa discoteca, desgañitándome y haciendo las clásicas alas del Pont Aeri con las manos. When the stars beging to shine, etcétera. Dando el todo por el todo. Bailando como si no existiera más en el mundo que aquella parroquia de fiesteros con los hermanos Escudero como sacerdotes y la makina como salvación eterna. Puede sonar sectario, pero joder, sólo puede entenderlo quien lo ha vivido. Quien lo ha sentido. Quién ha amado tanto esa música. 
 
Conozco mucha gente del mundillo que siempre se ha sentido más representada con otras discotecas, como el Xque? o Chasis, por ejemplo; pero yo siempre he sentido una especial debilidad hacia Pont Aeri. No en vano, una de las primeras canciones makineras que llegó a mis oídos fue, precisamente, el segundo volumen de esta discoteca: The Countdown. La cosa viene de lejos, por tanto. De 1995. Y todavía, a fecha de hoy, llevo el llavero de la discoteca siempre conmigo, escucho sus sesiones de camino al trabajo, me emociono como el primer día con algunas mezclas, conservo las camisetas y el merchandising de la sala como si fueren reliquias y sonrío cada vez que veo, en cualquier parte, las inmortales alas de Pont Aeri. Forman parte de mí.
Soy consciente, y entiendo, la leyenda negra que ha acompañado a las salas makineras. Por desgracia, las leyendas tienen parte de razón, y en este caso, más de la que reconoceré en público. La parroquia de Pont Aeri, en efecto, estaba compuesta en gran porcentaje de lo mejor de cada casa: pelaos sin oficio ni beneficio, droga a espuertas, carne de presidio, gitanos, purria de la peor clase y delincuentes en potencia o en esencia. Y sí, las peleas eran constantes. No es algo que vaya a justificar, ni de lo que me haya agradado formar parte en modo alguno, pese a que tenga el curioso don de hacer amigos hasta en el Infierno, pero así es y negarlo no ayuda a comprender el fenómeno. Toda moneda tiene su cruz.
 
Con esos antecedentes, esto es, con mi vínculo sentimental hacia esa discoteca y las oscuras oquedades del mundillo makinero, llamarse como tal siempre ha sido objeto de controversia. Desde curiosidad a rechazo, siempre he tenido que escuchar opiniones de toda clase. A mí siempre me ha importado un rábano lo que opinaran los demás de mí. Pero os lo juro, prefiero mil veces al que me rechaza o me llama pastillero, pese a no haber tomado un servidor más pastillas que ibuprofenos y paracetamoles, a que me vengan con compadreos o guiños de ojo. Y eso es algo que debo, bueno, que debemos todos los que nos encontramos en esta situación, al archiconocido Flying Free.
 
Todo comenzó en 1999. A mediados del año de referencia, a pocos meses de cambiar de año, década, siglo y milenio, salía por el Sello Bit Music su vinilo número 364: Pont Aeri vol. 4 - Flying Free. Producido por uno de los mejores productores de música electrónica de este país, Rubén Moreno, y con la voz de una cantante inglesa residente en Barcelona llamada Mariam Dacal, que ya había participado en otras producciones makineras; con un estribillo pegadizo y rompedor, un estilo muy comercial y el marchamo de Pont Aeri, la canción tenía todas las características para triunfar. Pero dudo mucho que ninguno de los participantes en su producción tuviera la más mínima idea de cómo se iban a desarrollar los acontecimientos. Su fama comenzó a extenderse como la pólvora por toda España, ya no sólo en discotecas de electrónica, sino de cualquier clase, y no tardó en sonar en toda Europa. Se vendieron cientos de miles de discos por todo el planeta. La makina, tras la decadencia de la Ruta, volvía a estar de moda. Si mi permitís la figura retórica, la makina abrió sus alas y voló todo lo que quiso, libre, sin limitaciones ni cortapisas. Flying free…
El fenómeno fue curioso. Yo, que como ya he dicho en varias ocasiones, era makinero desde 1995 y me dedicaba a escuchar la radio, comprar discos makineros y soñar con pisar Pont Aeri, era rara avis entre seguidores de las Spice Girls, del chaval de la Peca, o de pachangueo random y pop español; y, de pronto, pasé a verme envuelto de makineros de nuevo cuño. Cojones, pensaba. Esto es la hostia. Siempre he odiado las modas, pero cuando éstas vienen a mí, el odio se relativiza, por puro interés. Todo eran Alphas, tejanos ajustados y sudaderas Lonsdale. Peña que me venía a pedir cd’s, que me empezaba a llamar “el dj”, que me pedía mezclas con tal o cual canción. Hinchado como un palomo, yo me las daba de ducho en la materia, aunque no supiera una puta mierda; pero ya se sabe, en el país de los ciegos, el tuerto es el rey. Y lo era, joder. Feel the extasy…
 
Comenzaron a salir tres o cuatro discos semanales. Bit Music echaba humo. Cientos de chavales contactaban con su productor favorito para que les hiciera un disco. Anuncios por doquier. Mezclas en directo en televisión con DJ Neil presentando a las parejas de moda: Pastis y Buenri, por un lado, y Metralla y Skudero, por el otro. Hasta videoclips salieron. Todo el mundo parecía embriagado por la makina. Estábamos en la puta cresta de la ola. It’s a place to be, dj’s factory…
Pero, como era de esperar, el vuelo de la makina fue gallináceo. Poco a poco, la moda fue virando, mercenaria como es, hacia otros estilos. Casi sin darme cuenta, aquellos makineros de nuevo cuño pasaron a cambiar Alpha por chaqueta pija, tejanos arrapados por tejanos caídos y rotos, sudaderas Londsdale y Fred Perry por polos de Dolce & Gabanna. Y yo me volví a convertir, de nuevo, en rara avis: con mis tejanos, mis camisetas y mis bambas. Se acabó lo que se daba. 
 
De la hogaza sólo quedaron migajas, que se repartieron en el mundillo con danza de navajazos por la espalda (retóricos, no jodáis) y mucha desvergüenza. Sólo aquellos que tenían fiel parroquia y ostentaban cierta seriedad en el manejo del negocio aguantaron, hasta que no se pudo más. Y así llegamos hasta hoy en día, quedando todo en pura nostalgia de unos pocos. En fiestas privadas. En festivales puntuales. Y en los putos guiños de ojo que comentábamos al principio.
 
En el fondo, le debo mucho al Flying Free. Le debemos mucho. Durante unos pocos años, fuimos punta de lanza del mundo de la electrónica. Es cierto que la comercialidad ganó mucho terreno durante ese periodo y que salieron discos verdaderamente infames, vendiendo cantidad por calidad. También es cierto que cuando más se sube, más profunda es la caída; y que la resaca de la fama fue demasiado dura. Pero que nos quiten lo bailado, literalmente. 
 
Así que, parafraseando nada menos que a Don Fransisco de Quevedo, con su satírico poema de Gracias y desgracias del ojo del culo, que recomiendo encarecidamente, nos encontramos ante una canción que ha traído mucha gloria y mucha infamia. Gloria, en tanto nos elevó a los altares de la electrónica durante casi un lustro; infamia, en tanto tenemos que soportar que un makinero de los que lo fueron por moda, un coetáneo que escucha campanas y no sabe donde, un viejuno que te da un codazo amistoso o una chica que imita a Edu Soto y su nen de Castefa mientras te mira a los ojos como diciendo, mira, soy como tú, nos vengan a tocar los cojones con su condescendencia, compadreo y necedad. Que os den por el culo, rancios.
 
En fin, malditas modas. La mochila de la comercialidad. Pero no es óbice para que, since 1992, hayamos hecho historia.

 

11.02.2017 13:14

Si sois seriéfilos –utilizado sea el condicional en su forma retórica, puesto que, a día de hoy, todo el mundo lo es; a pequeña, mediana o gran escala-, seguramente reconoceréis la siguiente frase: “Hola, soy el Dr. Sheldon Cooper. Bienvenidos a Sheldon Cooper presenta: Diversión con Banderas.”. Con esta divertida, nunca mejor dicho, presentación, el fantástico personaje que interpreta Jim Parsons en la serie The Big Bang Theory nos introduce en el curioso mundo de las banderas, en el que podemos encontrar, por ejemplo, la única bandera del mundo que tiene dos vacas insertas en uno de los cuarteles de su escudo: Andorra. Dos vacas, en efecto, y cada una de ellas con su correspondiente badajo. Vacas que, curiosamente, son muy necesarias para diferenciar la bandera andorrana de la bandera rumana, pues son idénticas: tres franjas verticales de misma anchura de color azul, amarillo y rojo, de izquierda a derecha. Y es que las banderas, como las vacas, se parecen mucho unas a otras, y es necesario que incorporen elementos que las identifiquen adecuadamente. Sea una vaca, sea una estrella, sea un escudo, sea un emblema.

A este respecto, cabe indicar que muchos de los elementos identificadores de las banderas tienen mucho de arbitrario. Sin ir más lejos, la actual bandera española, la rojigüalda –expresión, ésta, que huele a naftalina y a brandy, pero muy acertada cromáticamente-, fue adoptaba para evitar confusiones navales con la bandera de Inglaterra; pues, en el siglo XVII, la bandera española imperial consistía en una Cruz de Borgoña de color rojo sobre fondo blanco y la bandera inglesa consistía en una Cruz de San Jorge de color rojo sobre fondo blanco. Había diferencias entre ellas, sí, ya que la cruz española era aspada y anudada, a diferencia de la cruz inglesa, que era vertical y sin nudos, pero tenían mismo semblante en la lejanía. Así que Carlos III, uno de los pocos Borbones españoles que merecen mi respeto -lo cual no es moco de pavo, tratándose de esos gabachos-, tomó la decisión de cambiar la bandera del siguiente modo mediante una Ordenanza Real de fecha 8 de mayo de 1785: “Para evitar los inconvenientes y perjuicios que ha hecho ver la experiencia puede ocasionar la Bandera Nacional de que usa Mi Armada Naval y demás Embarcaciones Españolas, equivocándose a largas distancias ó con vientos calmosos con la de otras Naciones, he resuelto que en adelante usen mis Buques de guerra de Bandera dividida a lo largo en tres listas, de las cuales la alta y la baja sean encarnadas y del ancho cada una de la cuarta parte del total, y la de en medio, amarilla, colocándose en ésta el Escudo de mis Reales Armas”. 

A la vista de ambos ejemplos, que nos son muy cercanos, pues nos referimos a países que forman parte de nuestra querida Península Ibérica, pudiera parecer que la determinación de los elementos propios de las banderas está más al servicio del pragmatismo concreto de la época que toque en suerte o de elementos externos aleatorios que a un verdadero simbolismo que tenga un origen histórico. Pero no. No se trata de eso. En efecto, el cambio operado sobre la bandera de España sí que responde a una cuestión puramente pragmática, pero las vacas andorranas no siguen ese mismo criterio. Las vacas forman parte del escudo de Andorra, no de la bandera. De hecho, la bandera de Andorra y Rumanía son idénticas, y ello no supone un problema. Es el escudo el que las diferencia; y por cuestión de simbología propia: las dos vacas que constan en el cuarto cuartel del escudo andorrano representan las armas del extinto Vizcondado de Bearne, con capital en Pau, soberano de Andorra en la Edad Media. Y las vacas no son de una raza cualquiera, sino de raza betizu, autóctona del norte de España. 

En consecuencia, la bandera sólo diferencia; el escudo simboliza, explica, recuerda: es historia viva. Y lo mismo que ocurre con el escudo de Andorra, ocurre con el escudo español, que nada tiene que ver con el pragmatismo de Carlos III de Borbón. 

En efecto, el actual escudo de España, resultado de siglos y siglos de evolución, está compuesto por una serie de elementos que, de manera gráfica y sintética, ofrecen a un observador perspicaz mucha información sobre nuestro país, su historia, sus gentes e incluso su situación geográfica. La heráldica, al cabo, y como he comentado anteriormente, no trata solo de una representación gráfica al azar que tiene por objeto la identificación de una familia noble frente a otra, o de una nación frente a otra, sino que dota de un significado concreto al símbolo elegido para que ofrezca información adicional. Si mi familia, Hevia, eligió un caldero y ocho castillos como escudo de armas, no fue porque les tocó en suerte en un reparto de heráldica, sino porque unos valientes y salvajes godos que se habían visto exiliados de sus tierras por la invasión musulmana, se resolvieron a tomar una población ocupada por los moros, que tenía ocho bastiones, en un solo día natural; y tal fue su empeño que los pasaron a todos a cuchillo ese mismo día y, una vez finalizada la refriega, se dieron un convite con los calderos de carne que estos mismos moros tenían preparados para la cena. Y si el blasón de mi familia, humilde donde las haya, pero hidalga, como es de ver, tiene su historia, imaginaos lo que oculta el escudo de España. Imaginaos la de información que podemos extraer. Veamos:

  • La Corona: En la parte superior del escudo (timbre, en terminología heráldica), encontramos una Corona Real, con una cruz dorada en su cúspide. Resulta bastante evidente que con esta simbología se representa la soberanía nacional instituida en la figura de un Rey cuyo poder emana de la religión. Evidentemente, hoy en día esto no es así, sino que la soberanía nacional emana del pueblo español (art. 1.2 CE 1978) y la Monarquía cumple funciones representativas (art. 56 a 65 CE 1978); pero refleja parte de la historia de España y nos define como Monarquía, ya sea absolutista, feudal o parlamentaria.
 
  • La Dinastía: En la parte central del escudo, entre los cuatro cuarteles, encontramos tres flores de lis doradas sobre fondo azur que representan el escudo de armas del duque de Anjou (rama menor de los Borbones franceses). Este símbolo vino a sustituir el águila bicéfala de los Habsburgo que anteriormente al reinado de Felipe V coronaba el escudo de España. Al cabo, nos ofrece información sobre el linaje del monarca que nos ha tocado en suerte: narizón y putero; Borbón certero.
 
  • Los Reinos fundadores: De izquierda a derecha y de arriba a abajo, cuarteados, encontramos los escudos de Castilla, León, Aragón, Navarra y Granada. Podríamos entrar en muchos, muchísimos dimes y diretes sobre quién funda y quién refunda, sobre si Aragón o si Catalunya, sobre León o Asturias, o sobre si en las ventanas del castillo hay una doncella o un bufón, pero el hecho cierto es que estos cinco reinos formaron la actual y moderna España peninsular. Y así se muestra en el propio escudo de España, que reconoce su origen en los reinos que germinaron de la antigua Hispania goda frente al Islam y que reconquistaron el territorio perdido.
 
  • Las columnas de Hércules: A ambos lados del escudo, encontramos dos columnas que emergen del agua y que representan, respectivamente, el peñón de Gibraltar (426 m) y el monte Hacho de Ceuta (204 m). El estrecho de Gibraltar, que separa en tan sólo 14,4 km los continentes de Europa y África, era considerado como el fin del mundo conocido en la Edad Antigua. Fin del mundo hasta el que viajó Hércules para ejecutar su décimo trabajo, consistente en derrotar a Gerión, un ser mitológico que se encontraba en la ciudad más antigua de Europa, Garida (la actual Cádiz). Derrotado éste por Hércules, se dice que, a su regreso, erigió estas dos columnas a modo de monumento. Así que, por lo que vemos, estas dos columnas nos refieren a una indicación geográfica de la situación que ocupa España a través de la mitología griega.
 
  • Las pequeñas coronas sobre las columnas de Hércules: Sobre cada una de las columnas de Hércules encontramos una pequeña corona. Si las observamos con detenimiento, comprobaremos que no son idénticas, sino que la izquierda es una corona heráldica imperial, que se refiere a la época en la que Carlos I de Habsburgo fue emperador del Sacro Imperio Romano Germánico; y la de la derecha es una corona heráldica real, referida sencillamente al Reino de España. Esta composición recuerda el pasado de España como reino y como imperio.
 
  • Plus Ultra: Más allá. Se decía que tras las columnas de Hércules estaba el fin del mundo, que no había nada más allá que agua sin fin. Otros, como Platón, decían que allí se encontraba un continente llamado Atlántida. Pero, según la historiografía oficial, pues a fecha actual se sabe que vikingos o incluso fenicios llegaron a América antes que Cristóbal Colón, fue España la que cruzó ese estrecho y encontró un nuevo Continente. Se atrevió, en definitiva, a ir más allá. Y eso le valió un imperio.

Historia, geografía, composición política, religión, familia dinástica, mitología y forma de gobierno; casi nada, oigan. Pero hay más. Hay mucho más. Y es que si el escudo de España, a nivel general, tiene información a espuertas, imaginaos si profundizamos en cada uno de los escudos de armas de los llamados Reinos fundadores. Porque las cuatro barras de Aragón, o de Catalunya, no son sólo cuatro barras; tienen una historia oculta bajo ese símbolo. Lo mismo puede decirse del castillo de Castilla y de la granada de Granada, aunque en estos casos la explicación parece tan evidente que no sé si necesitan un análisis más profundo. Y, por supuesto, algo encierran esas cadenas navarras. 

Fijándonos por lo menudo en la composición del escudo de Navarra, que se encuentra bajo el escudo de León y a la derecha del escudo de Aragón, comprobamos que consiste en una serie de cadenas que se cierran sobre sí mismas en torno a una esmeralda de color verde. Y si paradigmáticas son las columnas de Hércules en la simbología del escudo de España, tanto más lo es el escudo de Navarra, en tanto en cuanto se refiere a un episodio histórico absolutamente vital para la historia no sólo de España, sino de toda Europa tal y como la conocemos: la batalla de Las Navas de Tolosa que tuvo lugar en 16 de julio de 1212.

Para referirme a este episodio histórico en general y a la simbología del escudo de Navarra en particular recurriré a una dramatización novelada en persona de un caballero navarro que formó parte de las huestes que allí combatieron contra el Islam y que presenció, in situ, este evento capital al efecto de explicar el origen legendario del escudo. Desde que inicié estos artículos referidos a la historia de España tenía en mente explicar algún episodio histórico a través de una recreación en primera persona de los hechos, pero hasta la fecha no había tenido ocasión, o inspiración, para acometer dicha empresa, que no es fácil, por razón de vocabulario y periodo histórico. Sobre dicho episodio histórico podéis hallar numerosa bibliografía e información tanto en la red como en diversas bibliotecas, ya sean generales o especializadas, por lo que, si queréis conocer más sobre esta batalla más allá del escenario en el que presentaré a mi personaje, no dudéis en recurrir a dichas herramientas.

Vamos allá.

El honor del Reyno

De Don Gonzalo Ochoa de Azcona

A Don Luis Ochoa y Elizalde

Torreón de Huarte - Posta militar del Reyno de Navarra

Cuánto has crecido, zagal. Nótase en tu prosa que ya eres ducho en letras y hombre cabal. Lamento no haber contestado con mayor apremio, pero no recibí tu posta de manera inmediata; pues habida cuenta de mi cargo como guardia real del Rey Jaime I de Aragón, que Dios cuide de sus enemigos, se tiene en mucho cuidado la correspondencia, por si se delatan movimientos de tropas u otra información de interés para el moro al que guerreamos de manera incesante. Espero que estés bien, hijo, y que cuides de tu madre, así como de tus hermanas, que por la belleza que les imagino pronto te darán problemas a mansalva. Despacha sin vergüenza a cualquier prójimo que en mala hora las pretenda de modo indecoroso, como te dije.

Espero que los constantes desafueros entre la Navarrería, San Cermín y San Nicolás estén apaciguados, pues reconozco que me preocupa y me impide el descanso tu seguridad, al tener noticia de enfrentamientos entre los burgos. No porque no confíe, a fe mía, en la higaldía de mi vástago, que de sangre le viene, sino por la situación elevada sobre los burgos que dispone el Torreón de Huarte, haciéndolo deseado baluarte para los francos de San Cermín en caso de guerra declarada. Mantén los ojos abiertos y la daga al filo, pues como vascongado no debes dejarte matar como un lechón.  

Si mi posición en la Corte de Aragón se mantiene, voto a Cristo que arrendaré carro y caballos para traeros a la antigua Barcino, pues pese a sus constantes trifulcas comerciales entre sus gentes, que gustan más de los dineros que de cualquier otro gozo terrenal, resulta ciudad pujante y fascinante. Podrás desempeñar tu oficio de soldado en muy mejor empresa, dígotelo y no digo más, al no poder referirme a ello por lo menudo.

De salud me encuentro bien, habiendo pasado unas calenturas que me dejaron postrado durante varios días que quedaron sin consecuencias. En respuesta a tu chanza sobre si mi ajado cuerpo ha añadido alguna cicatriz no conocida o si habíame visto envuelto en algún lance pendenciero, he de decir que el buen acero que armo ha ahorrado a Cristo un alma en no pocas ocasiones. Pues si peligroso es mi oficio, mucho más lo son las calles de la barriada del Raval cuando ni un ánima se vislumbra y rufianes, jaques y bravos de todo pelaje hacen su vendimia nocturna. Pero nunca me ha salido mal naipe.

Me huelga conocer que te han referido mi participación en la Cruzada contra An-Nasir, califa de los almohades, de mal nombre Miramamolín, que púdrese en los Infiernos por infiel, según tengo entendido, junto a su puerco profeta. Y voto a Dios que aquélla no fue chica empresa, sino gloriosa hazaña de la Cristiandad en defensa en la Verdadera Religión. Al menos, semejantes voces profirieron los gentilhombres de campo con el objeto de envalentonar a la pobre infantería que iba a regar con su sangre el campo andalusí; pues los infieles nos superaban en número. Pero el hecho cierto es que allí se personaron no sólo los tres Reyes cristianos que han emergido de la antigua Hispania junto con sus fieles huestes, derramando todo el azumbre de vino godo sobre los alarbes que años ha arrebataron nuestros campos, ciudades y villas; sino que también echaron naipe las sacras órdenes cristianas, desde templarios hasta calatravos, amen de francos de la antigua Septimania. La Europa entera en jaque y la Fe de Cristo puesta en entredicho no era cuestión a tomar por menudencia, por lo que echose el todo por el todo. Y allí nos arrojamos como leones aquel triunfal 13 de julio del año 1212 de nuestro Señor.

El hijo de mi padre hallábase en la vanguardia del haz derecha de nuestro ejército, cercano al glorioso Sancho VII, al que apellidaban el Fuerte, pues se trataba de monarca gallardo, valiente, de los que no hubieran visto los tiempos hasta entonces. Dios lo tenga en su gloria, sentado a su derecha. Vive Dios que yo era bravo caballero, muy respetado en la Corte, y que tuve ocasión de reñir codo con codo junto al Rey. Piensa en tu padre, ya ajado por los años, joven y lozano, erguido sobre su montura, con más acero encima que en casa de herrero, en compañía de tan ilustre persona. Lo recordaré hasta mi postrero día, pardiez.

Diose voz de zafarrancho en primera línea y allá fueron los vizcaínos, bajo la égida de su Señor, Don Diego López II de Haro. Por toda la Cristiandad es conocido el recio vigor de nuestra estirpe vascongada, por que ardió Troya, Roma y hasta Numancia llegaron las flamas tras su poderosa carga. Pero aquello fue treta almohade, pues tras simular retirada, entrado el haz vizcaíno en zona mora, cargaron éstos bravo con caballería y arqueros, y Don Diego López II de Haro, muy ofendido de muertes propias, tuvo que retroceder y fijar plaza sin internarse ni ceder. Aquellos hideputas aprovecharon la ocasión para tratar de envolver nuestro ejército con harta caballería por ambos flancos y a punto estuvimos de darnos por bendecidos.

Vime al filo de la espada, rechazando alarbes en el haz derecha, del mismo modo que se empeñaban los caballeros aragoneses en el haz izquierda, pero éramos gente platica en nuestro oficio de armas, y tras varias horas que parecieron eras, rechazamos a la caballería almohade. Dio entonces Alfonso III de Castilla, que capitaneaba el ejército, orden de ataque frontal tanto de vanguardia como de retaguardia. Y allí fuimos, con la Fe por bandera, la espada en ristre, la montura al galope y la respiración contenida.

Semejante golpe al manzano procuró que el fruto cayera maduro. Y nuestro amado Sancho VII, que hallábase al galope a nuestro lado, haciendo linda carnicería con la infantería musulmana, tuvo un evangelio. Atisbó el Pabellón de Miramamolín, rodeado por su guardia personal negra, atados los hombres entre sí con cadenas para evitar posibilidad de huida. Y allí se condujo, fiero, reclamando nuestra presencia para la Historia. No hubo cadena ni guardia que impidiera nuestro avance. Como es natural, nuestra caballería no rompió cadena, sino quebró cuerpo de guardia real, pues resulta hecho lógico que carne y hueso soporta menos el acero que cadena bien templada. Y así, despachando guardias reales, haciendo inútil su estructura y las cadenas que los unían, nos vimos dentro del pabellón alarbe en lo que se tarda en santiguarse; mas no encontramos al Insigne, pese a nuestra voluntad de rapar sus barbas mahometanas cual barbero. Nos dejó, no obstante, como regalo, una regia esmeralda verde, grande como un puño, que colgose nuestro Rey al cuello en signo de victoria. La Cruz se impuso a la Media Luna.

Más de dos décadas me separan de aquella azarosa y honorable batalla. Muchos de aquellos hombres ya pueblan los Cielos; otros cayeron en desgracia y otros, como tu padre, alcanzaron honores suficientes como para formar parte de la guardia real del hijo de Pedro II de Aragón, que con gallardía sangró junto a Sancho VII. Espero haberte referido suficiente para que puedas confirmar que tu padre, ahora cano, luchó junto a aquellos valientes en las Navas de Tolosa, que ya es conocida en toda Europa como batalla decisiva de la Religión. Y que si de casta le viene al galgo, conozcas tú honores semejantes.

Me huelgo de que estés bien, hijo mío, y esperaré con denuedo tu siguiente carta. Me despido de ti hasta la próxima posta y te bendigo por enésima vez. Dile a tu madre que no olvido su compañía. Que la amo como el primer día. Y a ti, hijo.

En Barcelona, a 11 de febrero de 1232

Cuánto de verdad, cuánto de exageración, cuánto de invención y cuánto de fantasioso tiene esta leyenda es asunto que ha sido profundamente debatido por muchos académicos especializados en heráldica. Lo que se conoce, en todo caso, y está lejos de toda duda, es que Sancho VII de Navarra no modificó su escudo por los hechos acontecidos en las Navas de Tolosa, sino que mantuvo su águila negra heráldica hasta su muerte. También se conoce, pues se dispone de un documento acreditativo, que la referencia a que fue el mismo Rey el que rompió las cadenas con su maza proviene de un poema occitano, escrito en 1276 por Guilhuem Anelier, que decía lo siguiente: “Veríais al rey con su maza agitar de tal forma que el que hería no había forma de curarlo”. Así que es cosa que dejo a vuestra propia investigación y, sobre todo, a vuestro interés sobre cuánto de verdad tiene la leyenda.

En cuanto a la esmeralda verde de Miramamolín, se conserva en un museo de Roncesvalles, por lo que si fue Sancho quien la recogió o fue otro Rey, caballero o infante es lo de menos: es prueba suficiente de que dicha esmeralda existió y de que cayó en manos del ejército cristiano. Y esa esmeralda no solo la encontramos en el dicho museo de Roncesvalles, sino que podéis verla con un simple vistazo a vuestro Documento Nacional de Identidad. Como las cadenas, el león, el castillo de Castilla y las cuatro barras de Aragón. Historia viva en cada escudo de España. Nuestra historia en la cartera, literalmente.

 

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